Esta noche es una noche triste. La pálida luz de las farolas derrama un luz dorada sobre las fachadas, que encierran en sus oscuros ojos de cristal un cansancio silencioso. Pero esta noche es triste, y no por eso, aunque estas jodidas farolas derraman esa puta tristeza. Ningún coche, ninguna sombra serpentea por las esquinas, bajo los portales. Miro por la ventana, es un séptimo. Los edificios de enfrente no tienen aristas. Es Viernes por la noche, debería salir. Ni putas ganas.
A veces siento que mi tren espera impaciente en el andén. Así, tal como estoy, sin más maleta que mi música y un libro, subirían y me iría muy lejos. Empezaría una vez más de cero, otra ciudad, la que sea, ¿Acaso importa? Perder toda referencia, humedecerme de forma anónima, y sonreír con las cartas de algún amigo de vez en cuando en el buzón. Es Viernes, José acaba de salir, ¡qué lindo mi José! podría pedirle que se quedara conmigo, lo haría por mí, pero esta noche no. Miro, a oscuras, desde el diván de cuero del salón, a través de las ventanas, los tejados de Valencia. Recuerdo la noche granadina. En momento así, si estaba solo o me sentía triste, iba al Albaizín y me perdía. Como no puede ser de otra manera, llegaba hasta el Mirador de San Nicolás. Entonces ya no me sentía solo, no podía estarlo, con la Alambra uno nunca está solo. Ella vela, desde la altura de su Alcazaba, el sueño de todos. También el mío. Con ella nunca me sentí solo. A veces, si no podía dormir, me asomaba a mi ventana y veía, entre las campanas del monasterio, algo de su muro. Ella me acompañaba y me tranquilizaba. Pero en Valencia no hay Alambra. Así que esta noche es más oscura. Y más solitaria.
Pero entonces llegas tú. Llega tu voz. Madrid suena, bulliciosa, a lo lejos. Primero te pido que me hables, así me das calor. No sé, es como si pudiese descansar en tu voz, reposar en ella como en la cama de mis padres cuando era la cama de mis padres. Me abriga. Intento ser fuerte, pero llega un momento en que mi cansancio me vence y caigo una vez más sobre ti. Ya no tengo fortaleza, ni seguridad, ni soberbia. Eso contigo no tiene sentido. Entonces me dices todo lo que necesito oír, me recoges de mis abismos y consigues que me sienta bien. No sé cómo lo haces, pero consigues levantarme cada vez que me caigo, consigues enseñarme sin ofenderme, comprender sin herirme. Nunca una paciencia resultó más bella que la tuya. Tu voz suena por el teléfono y ya casi no te entiendo, pero no hace falta, no hace falta porque ya estoy sintiéndote cerca y, poco a poco, la sangre vuelve a mis venas y la sonrisa a dibujarse. Estás otra vez conmigo, a mi lado, casi te toco. Me has salvado otra noche. Otra más. Tu calor envolvió mi invierno y ahora ya puedo dormir. Eres mi Alambra, tú velas por mí y yo nunca sé cómo agradecértelo. Pero no importa, porque tú no me lo pides.
Te quejas de que no te cuido, de que no te mimo. Perdona mi torpeza, ya me conoces, mejor que nadie. No sé qué decirte, no sé cómo mostrarte lo que te quiero. Sólo puedo decirte, como la canción de Pablo Milanés, que si me faltaras, Rafa, no iba a morirme, claro... Pero si tuviera que morir, querría hacerlo a tu lado. Te echo tanto de menos, ¡Joder!