martes, 27 de noviembre de 2007

Los que quedaron atrás...

“You are a Fucking Player”, me decía con una sonrisa pendenciera, y su pupila era un mar acristalado, que en sus grietas, trazos verdosos se esparcían como virutas. Nunca he vuelto a ver una mirada tan clara. Si existiese el alma, y estuviese dentro del cuerpo, sin duda la habría visto a través de su iris. Se llamaba Christoph, era alemán, y yo le enseñé a apreciar la España pigmentada que hay tras las ciudades. Desde la altas muralla del Castillo de Sagunto, los campos de Castilla y la tierra policromada de las minas, hasta la plaza del Sol, donde lo besé, entre risas, tumbados en el kilómetro cero. Su último correo fue duro. Luego se fue de mi vida, y yo no me volví para llamarlo.

Javi, temblaba a mi lado como un púber que fuera a dar su primer beso. Pablo decía que su mirada guardaba toda la magia de Granada, y pobre de él, sólo guardaba la derrota continua de quien no es amado nunca. Mario pintó un principito en mi pared, y ahora sólo es una lejana estrella que, cuando brilla, es porque su fuego quiere alcanzarme. Iván nunca quiso sanar con mi caricia la herida que yo mismo le causé. Bob, Ana, Miguel, Lucas, Sergio, Marisol... y un demasiado largo etc. Todos ellos se fueron de mi vida, algunos con más delicadeza que otros, pero se fueron sin retorno. Todos los días, sin excepción, pienso en alguno de ellos, a veces sólo unos segundos, pero siempre un poco cada día.

Y es que los que quedaron atrás se vieron envueltos en un halo de absoluta intimidad. Como ciertas canciones, libros, fotografía (todo lo que detenga el tiempo y sirva de puente a la memoria) también hay ciertas personas que encierran algo de nuestro tiempo, pues vivieron junto a nosotros una parte de nuestro desarrollo, que compartimos silencios, de la vida que en ese momento nos conducía, y que su evocación vierte sobre nosotros el fantasma atenuado de una emoción. Con ellos se van partes de nosotros, de nuestra historia, de nuestros afectos y recuerdos. Y también, quizás lo más doloroso, de nuestras esperanzas e ilusiones. Con ellos se va una parte de nosotros mismos que sólo éramos cuando estábamos cerca de ellos, se va la complicidad de las miradas y, a veces, de una visión del mundo (recuerdo a Pablo en silencio frente a la Albufera, con esa mirada triste y orgullosa, de quien se sabe solo en un mundo demasiado difícil para él). No, perder a un amigo o a alguien amado, no es nunca motivo de alegría, excepto para los necios cuya rabia ciega el recuerdo sereno. La pérdida de alguien es siempre algo irreparable. Y doloroso.

Mi vida está llena de ausentes. A ninguno guardo rencor, a ninguno. Ahora, en la lejanía del tiempo, pienso en lo que nunca llegué a decirles, en el momento preciso en el que no supe dar mi mano amiga, cuándo no supe comprender su necesidad… ¡Me quedaron tantas palabras que decir, y tantos abrazos que dar…! Imagino sus vidas, recuerdo sus sueños y me pregunto si estarán más cerca ahora o más lejos. Algunos me odian con absoluta lealtad, otros me tienen un discreto desprecio, y espero que otros, la mayoría, me recuerden como lo que fui cuando estábamos juntos, una persona con lados oscuros y claros. Todos tenemos ausentes, proyectos perdidos. El olvido debe dar paso, paradójicamente al recuerdo, pero un recuerdo generoso, afectuoso, donde la sonrisa venza a la rabia de la pérdida.

Y como dice Silvio Rodríguez:

"Y el camino que emprendas, Rosana,
será mejor a veces,
porque en otros momentos, cubana,
tu llorarás con creces.
Ya te vas. Yo no me quedo y no atino
a saber qué ha pasado.
Sólo sé que, por causa o destino,
ya no estas a mi lado."

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Las Nuevas (De)generaciones Gays

La concienciación de mi homosexualidad no fue abrupta, se desarrolló lentamente, precipitándose con suceso mínimos dotados, en visión retrospectiva, de una belleza maravillosa. Hubo temblor y miedo, desconcierto ante el primer tacto, todavía sus ojos azules me producen rubor, como creo que ya nada me lo produce. Las tardes con amigos, la sinceridad temida ante el mejor amigo, la felicidad por sentir su abrazo de amigo, los sentimientos contradictorios, las dudas, las noches en vela intentando comprenderte, y tantas y tantas cosas que me acercaban a una felicidad sin velos ni palabras dobles. Luego, por supuesto, quise ser Maurice, Querelle, Tadzio, Adriano, Reinaldo Arenas, Lorca… La poesía daba respuestas, las canciones, los libros, las películas, todas esas pequeñas aportaciones, junto al cariño de la gente que me rodeaba, conseguían que construyera una identidad propia acorde a mi orientación. Yo tuve suerte, soy consciente. Luego hubo otros, todavía los hay, que lo viven con dolor, con rechazo. Los gays se han tenido que enfrentar no sólo a la sociedad, sino a un enemigo todavía mayor, el peor, a sí mismos. Pero creo que esa lucha personal nos ha hecho más conscientes, en palabras de Nietzsche: “Dudo que este dolor nos haga mejores, pero yo sé que nos puede hacer más profundos”. Generalmente así ha sido, los homosexuales, y en concretos los jóvenes, siempre se han caracterizado por una sensibilidad especial, cierta cultura superior a la media, y una ternura más pulida. Entonces… ¿Qué está pasando ahora?

Jamás pensé que llegaría a decir “la generación anterior a la mía” haciendo referencia a los jóvenes. Pero bueno, ya tengo 26 años y está claro que hay una generación anterior, la que va de los 18 a los 24, más o menos. En mi generación he encontrado a gente que todavía ha arrastrado cierto rechazo social en su desarrollo, y aunque algunos tengan prácticas que no comparto, (ver el artículo del sexo sin humanidad) son, sin duda, personas características, que tienen algo notable en algún aspecto, una sensibilidad especial… No sé, “ese ángel chiquitito que te hace diferente, como dice Kilo Veneno”. Pero la nueva generación… ¡Me aterra!

No sólo no han sufrido rechazo por ser gays, sino que han sido hasta reforzados, han tenido acceso total al mundo homosexual, con protección social y una absoluta asimilación del sistema consumista en el que vivimos. Han aceptado completamente la funcionalidad en las relaciones emocionales, por supuesto en las sexuales, dejando atrás la humanidad inherente y única de cada persona. Generalmente incultos (en cuanto a cuestiones culturales generales, históricas y políticas), planos, vacíos emocionales, que han utilizado su especial sensibilidad en cuestiones superficiales y frívolas. La característica más general de estos nuevos gays es la egolatría, y la dificultad de sentir empatía real (digo empatía, no sensiblería de combustión rápida) . El mundo es su mundo, sus amigos una prolongación de sí mismos y los tíos con los que follan el combustible de su lábil autoestima. Sexo y moda son los pilares de su cotidianeidad. Carecen de verdadera empatía, de cuestionamiento por la realidad social y humana. Homosexualidad ya no es sinónimo de delicadeza, cultura o sensibilidad. Se está perdiendo.

Y dicen que son libres. La libertad es la capacidad de elección entre varias opciones conocidas que difieren en algún aspecto. No tiene nada que ver con reproducir una y otra vez el comportamiento de pensamiento único gay, donde lo que prima es lo inmediato frente a la paciencia, la hipocresía frente a la humanidad, en fin, la concepción de las personas como instrumentos físicos frente al respeto por la originalidad del ser humano. Creen ser libres porque eligen entre varios chicos, pero están presos de un esquema de pensamiento y sentimientos preestablecidos en factorías industriales de pensamientos donde el placer es lo único que da significado a las relaciones humanas. Vives para consumir, y porque consumes vives, consumes comida, ropa y personas, y si lo haces, si logras consumir mucho, es que sabes ser “feliz”.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué fue de la sensibilidad? ¿Qué fue de la cultura y la delicadeza? ¿Acaso esta mediocre estilo de vida asumido con histrionismo es lo que depara a las próximas generaciones homosexuales? ¿Para esto queríamos la normalización? ¿Para tener generaciones frívolas, superficiales y estupidificadas, en la que follar sea el objetivo fundamental y “a cuántos más mejor” la máxima a seguir? Me niego a pensarlo. Salvo en contadas excepciones, cada vez observo con más desilusión cómo en las nuevas generaciones se desvanece la herencia de participación de los homosexuales en el avance social y cultural universal.

martes, 13 de noviembre de 2007

Escenar eróticas - La Sauna

Aquí va un breve relato erótico que he escrito. Me gustaría incluir a partir de ahora algunos relatos, para que no sea todo... ¿Cómo era? ¿ego-blog? Espero que os guste, ya me decís.


LA INSOPORTABLE GRAVEDAD DEL ESTAR


Humedad. Vapor. Oscuridad. El ambiente es un inmenso vientre materno, oscuro, cálido y, por alguna extraña razón, acogedor. Me apoyo en una pared, y la acolchada película de humedad que sobre la superficie se eleva me invade rápidamente. Me cuesta respirar. La pared está fría y sin embargo el calor me asfixia. De algunos poros supurantes de azulejo finísimos chorros de un agua tibia se deslizan hasta alcanzar mi piel. La piedra es mi cuerpo, parece lata, con su corazón de sexo empapándolo todo. No puedo ver apenas más allá de mis manos. Quizás una luz tenue, a lo lejos. No identifico qué es. De vez en cuando una silueta se dibuja levemente, a tras luz de la siguiente estancia, entre la nebulosa. Toco la pared, siento la vida queriendo salir de ella. Cierro los ojos. En cualquier caso no veo. Siento mi corazón latiendo con fuerza, con tanta, que las gotas de mi sudor caen con pequeñas compulsiones. Inspiro. Necesito aire. Inspiro profundamente y de pronto siento que la sauna completa, con sus esquinas invisibles, su oscuridad disipando los límites, los cuerpos lascivos y sudorosos, todo lo que esa corrupción que se siente nada más entrar, penetra en mi cuerpo, en mis pulmones, en mi sangre y la excitación sacude cuerpo. Parece que el tiempo se ha detenido. Quizás el mundo se evaporó y sólo quedo yo en esa esquina oscura. No hay mundo, sólo vapor, sólo humedad, sólo sexo.

Camino por un pasillo. Luces diminutas, como estrellas mínimas, tintinean formando un camino en la negrura del espacio. No sé a dónde me llevan. ¿Acaso importa? Ahora mismo no, ahora que no sé dónde están las paredes, ni el techo, que no veo ni mis ojos. Sólo lo continuo. Tengo que moverme hacia donde sea, pero moverme. Entonces siento un cuerpo. No lo veo, no lo escucho, sólo lo siento. Se acerca a mí. Siento su desnudez como un abrazo infinito. Parece que toda una vida hubiera tenido su tacto en mi pecho, pero no es posible, no me toca. Se detiene. Yo también. Mi mente imagina un cuerpo, un rostro una sonrisa. No hay tiempo. Su respiración ha quebrado violentamente ese silencio temeroso entre nosotros. Jadea. Yo también lo hago. No se mueve. Yo tampoco. De pronto el tacto, su tacto, estalla en mi abdomen. Suda como yo, y yo tiemblo además. Es delicado, suave, lento. Jadeo yo. No domino su mano y eso me excita todavía más. Sube por mi pecho. Un pezón y se detiene, como un animal hambriento que oye en algún lugar respirar a una presa segura. Lo acaricia suavemente. Siento deseos de abrazarme a él. No lo conozco, es absurdo, pero en ese momento sólo existimos él y yo en el mundo. Sólo él y yo. No existe el espacio, no existe la luz, sólo su mano ascendiendo por mi cuello. Me arde. Me tiene. Mi corazón late compulsivamente, va a estallar. No importa. Sólo le pido que aguante un poco más, sólo unos segundo. Late, todavía late, ya morirás después. De pronto se detiene y yo quiero morirme. Se separa de mí. No lo veo, tengo pánico por no encontrarlo más. Pero su mano agarra la mía y me empuja a seguirle. Lo hago ciegamente, le sigo, donde él diga.

Le sigo, cogido de la mano. Con la otra sujeto la toalla que apenas da, envuelta en mi cintura, para soporta la fuerza de mi erección. Otros cuerpos se giran. Ahora hay más luz. Siento que me observan y luego se pierden las miradas. Subimos escaleras, creo. Dos personas se besan en algún lugar de la estancia en la que acabamos de entrar. Siento sus besos apsionados en la lejanía. No suenan pero los siento. Vapor, más vapor. Humedad, más humedad. Siento calor, me vuelve a faltar el aire. Camino por habitaciones, túneles, bajo unas escaleras. Me dejo llevar, poseído, como si hubiese caído en una cama que me absorve irremediablemente atrapándome en unas sábanas empapadas que me entierran. Llegamos a un sonido de agua. Esto debe ser el Jacuzzi. Aquí más luz y, por primera vez, veo a mi acompañante. Es un chico joven, alto y parece guapo. Poco a poco, la tenue luz comienza a dibujar su rostro, con una paleta de colores estivales. Tiene los ojos profundos. Quizás azules, pues percibo un temblor en el lugar donde deberían estar sus pupilas. Todavía no le distingo, no hay suficiente luz, pero ya es como si le conociese toda la vida. Sonríe. Sus movimientos son elegantes, precisos. No es la primera vez que entra en la sauna. Su cuerpo se hunde en el agua lentamente. Imagino un suicidio en el mar, imagino su cuerpo, bien formado, relleno de piedras. Imagino que se hunde y deja su vida en ese breve mar circular en cuyas cercanas orillas, cuerpos semihundidos se miran y se buscan. Él ya está sentado en un lateral. Me llama con un gesto. ¿Sólo lo he sentido yo? Es posible. Voy. Penetro en el mar. El agua burbujeante asciende por mis piernas, luego la rodilla el muslo. La sangre también asciende, y va ocupando mi pene. Éste asciende lentamente. El agua está caliente, y se sulfura al contacto con el aire. Las pompas estallan en la superficie y salpican los testículos. Camino lentamente. Entonces una boca de mar, cálida, profunda, excitante, me traga, me absorve y voy perdido al fondo de ese océano.

Me siento a su lado. Silencio. Los rostros se mueven lentamente a mi alrededor. Se mira, se buscan, se desean. Yo toco la pierna del chico. Se mueve como rama retorciéndose. Ahora su mano en mi pecho denuevo. El agua del Jacuzzi escala por nuestros cuerpos, anticipa la tormenta y participa en ella. Su mano camina nerviosa, como una araña, no me toca su palma, sólo los dedos buscan un camino y cada vez que se posa, un aguja de placer atraviesa mi piel. Mi mano en su abdomen. Perfecto, tiene un cuerpo perfecto, no puedo imaginarlo mejor porque no puedo imaginar nada fuera de ese momento. Respira bajo mi mano, y su sangre parece querer salir. La imagino como cuchilla rasgando la carne, pues mi palma desciende por su pubis y siente el sonido de su latido. Se retuerce. De pronto me agarra el pene. Súbito. Un espasmo sacude mi cuerpo y siento que el agua se ha desecho y mi centro ahora es su mano. Le busco con la mía. Erecta, absoluta magnífica, asciendo por ella. El glande no aguantará entre mis dedos, parece que se asfixia y quiere huir pero lo domino. Jadea, jadea con fuerza y gira su cabeza hacia mí. Está a mí lado, quizás dentro de mí. Suspira, gime, respira en mi oído. Siento caos y algo en mí que desea reventar, su mano tiene mi pene, ahora la otra agarra los testículos. No puedo, me retuerzo, me caigo y vuelvo. Su saliva se esparce en todo mi cuerpo sin tocarme. No hay dos corazones, ahora hay uno, se agrieta, no aguanta. El vapor vuelve, el agua, los rostros, los gemidos lejanos, esperma en el ambiente flota y nos humedece a todos. Calor, saliva cálida se desliza por mis dedos y su cuerpo está roto, sin huesos, sólo contracciones, enlentece su respiración.

El silencio vuelve a la sauna.

viernes, 2 de noviembre de 2007

José and the Angry Javitxu


Escucho la banda sonora de Hedwig and the Angry Inch, en mi cuarto. Pronto ya no será mi cuarto. Siempre en un continuo movimiento. Estoy cansado de este viaje incómodo desde los 12 años. Mis cosas en cajas, la ropa en maletas, los libros amontonados unos sobre otros y la mesa desnuda. Hedwig canta una soledad y una desesperanza que es inquietamente cercana, como esa canción de los Smiths “That joke isn’t funny anymore”. Suena la canción “Wig in a box”. Me encanta esa canción desde que escuché a José cantarla a gritos desde su cuarto. Imagino que escucharla me supone estar más cerca de él, ser algo más de lo que es él. Pronto se va a Berlín. Me alegro porque en Berlín encontrará un mundo en el que él encajará perfectamente. Pero a veces, cuando no está él, entro a su cuarto, doy una vuelta, toco algunos objetos, miro por la ventana, me río de que sea tan desastre... y es que en su desastre hay algo tan bello y enternecedor, tan armonioso... José se va, y con él se desprende algo más de mí, algo íntimo.

Siempre había estado acostumbrado a ser yo el que se iba. Ahora me toca despedir a mí. En ocasiones, paso por la estación de tren y estoy tentado a comprar un billete a París e irme a vivir con José, mi otro José. No está Vicen, no está David, no está Rafa, y no va a estar José en breve. ¿Qué coño hago en Valencia? ¡Ah, sí! El máster. Mierda, el máster. Escucho “When you are alone”. Un año más en esta ciudad y me largo. Me lo juro a mí mismo. Esta vez ningún chico va a hacer que me quede, ya me equivoqué con David. Otra vez no.

José está a punto de llegar del gimnasio. Hará algo rico de comer y yo me quejaré por la poca cantidad, por cómo come, porque lo deja todo sucio… Son estas cosas las que hacen que quieras a alguien. Esas pequeñas cosas que nos enervan, las que luego echas de menos. Me siento en su cama. ¿Cuántas veces le habré dicho que tiene que quitar los millones de trastos que tiene encima? Toco suavemente las sábanas, la almohada… Lo imagino durmiendo encogido como un ratoncico en una esquina de esa inmensa meseta que es su cama. “Imperial” me especifícó un día, “son más grandes que las de matrimonio”. Intentaré conservar sus adornos, pero seguro que lo que en él queda elegante, en mí queda simplemente desordenado.

Me quiere. Es tan difícil encontrar a gente que de verdad te quiera. Él lo hace y no me pide nada a cambio. Yo le quiero también, pero no sé cómo expresarselo. Siempre me pasa lo mismo. Cuanto más quiero a las personas, más corrosivo soy con ellas. Bueno, tengo que volver a las cajas, al traslado. Tenemos que hacer un corto juntos. Eso nos ayudará a pasar el tiempo. Va a ser tan difícil vivir sin él…