sábado, 29 de septiembre de 2007

My Own Alhambra

Esta noche es una noche triste. La pálida luz de las farolas derrama un luz dorada sobre las fachadas, que encierran en sus oscuros ojos de cristal un cansancio silencioso. Pero esta noche es triste, y no por eso, aunque estas jodidas farolas derraman esa puta tristeza. Ningún coche, ninguna sombra serpentea por las esquinas, bajo los portales. Miro por la ventana, es un séptimo. Los edificios de enfrente no tienen aristas. Es Viernes por la noche, debería salir. Ni putas ganas.

A veces siento que mi tren espera impaciente en el andén. Así, tal como estoy, sin más maleta que mi música y un libro, subirían y me iría muy lejos. Empezaría una vez más de cero, otra ciudad, la que sea, ¿Acaso importa? Perder toda referencia, humedecerme de forma anónima, y sonreír con las cartas de algún amigo de vez en cuando en el buzón. Es Viernes, José acaba de salir, ¡qué lindo mi José! podría pedirle que se quedara conmigo, lo haría por mí, pero esta noche no. Miro, a oscuras, desde el diván de cuero del salón, a través de las ventanas, los tejados de Valencia. Recuerdo la noche granadina. En momento así, si estaba solo o me sentía triste, iba al Albaizín y me perdía. Como no puede ser de otra manera, llegaba hasta el Mirador de San Nicolás. Entonces ya no me sentía solo, no podía estarlo, con la Alambra uno nunca está solo. Ella vela, desde la altura de su Alcazaba, el sueño de todos. También el mío. Con ella nunca me sentí solo. A veces, si no podía dormir, me asomaba a mi ventana y veía, entre las campanas del monasterio, algo de su muro. Ella me acompañaba y me tranquilizaba. Pero en Valencia no hay Alambra. Así que esta noche es más oscura. Y más solitaria.

Pero entonces llegas tú. Llega tu voz. Madrid suena, bulliciosa, a lo lejos. Primero te pido que me hables, así me das calor. No sé, es como si pudiese descansar en tu voz, reposar en ella como en la cama de mis padres cuando era la cama de mis padres. Me abriga. Intento ser fuerte, pero llega un momento en que mi cansancio me vence y caigo una vez más sobre ti. Ya no tengo fortaleza, ni seguridad, ni soberbia. Eso contigo no tiene sentido. Entonces me dices todo lo que necesito oír, me recoges de mis abismos y consigues que me sienta bien. No sé cómo lo haces, pero consigues levantarme cada vez que me caigo, consigues enseñarme sin ofenderme, comprender sin herirme. Nunca una paciencia resultó más bella que la tuya. Tu voz suena por el teléfono y ya casi no te entiendo, pero no hace falta, no hace falta porque ya estoy sintiéndote cerca y, poco a poco, la sangre vuelve a mis venas y la sonrisa a dibujarse. Estás otra vez conmigo, a mi lado, casi te toco. Me has salvado otra noche. Otra más. Tu calor envolvió mi invierno y ahora ya puedo dormir. Eres mi Alambra, tú velas por mí y yo nunca sé cómo agradecértelo. Pero no importa, porque tú no me lo pides.

Te quejas de que no te cuido, de que no te mimo. Perdona mi torpeza, ya me conoces, mejor que nadie. No sé qué decirte, no sé cómo mostrarte lo que te quiero. Sólo puedo decirte, como la canción de Pablo Milanés, que si me faltaras, Rafa, no iba a morirme, claro... Pero si tuviera que morir, querría hacerlo a tu lado. Te echo tanto de menos, ¡Joder!

lunes, 17 de septiembre de 2007

Noctuno II




“Suede” me sorprende caminando por la Plaza de la Virgen. En mis auriculares suena “The 2 of us”, y de pronto vienen a mí una cascada de sentimientos de cuando llegué a Valencia. Hace más o menos dos años pasaba por esa misma plaza, escuchando esa misma canción recién llegado. ¡Dos años! Este año ha pasado tan rápido…

Es Domingo por la tarde, paseo por la ciudad. A veces lo hago. Cuando estoy triste o me siento solo, cojo mi mp3, mi cuaderno y salgo a caminar por el Carmen. La música, entonces, cuando me encuentro así, suena distinta. No es como si viniese de mis auriculares, sino como si saliese de dentro de mí, adquiriendo pulso y gravedad. Consigo aislarme del sonido de la calle y me convierto en un espectador silencioso que atraviesa las calles y plazas como si asomase desde una ventana de otro mundo.

Suena “Hallelujah” interpretado por Jeff Buckley mientras paso por el ayuntamiento. Sus silencios enmudecen las imágenes, y desde el quebranto de su voz, vuelvo a algún niño en la plaza. Me asemejo a una sombra que se desliza al margen de las miradas, oculto entre las parejas. Me detengo en la escalera de la plaza y veo al patinador en mallas. Me giro para reíme. No está a mi lado. Se me había olvidado. Mierda.

Yann Tiersen toca el piano junto a mí mientas pido un chocolate en una cafetería. Pienso que le cantaría esa canción a Rafa. Mañana me voy a Murcia y me voy solo. Otra vez un tren sin él. Otra vez una ciudad que no podré desnudar junto a él. No podré enseñarle Cartagena, el submarino de Peral, ni las minas ocres y sulfuradas de la Unión, ni le recitaré, cerca de la casa de María Cegarra Salcedo, los mejores poemas que escribió, ¿Ahora qué haré cuando vea, a lo lejos, las tierras secas de Albudeite si no voy a poder enseñarle a disfrutar la belleza íntima del desierto? Adiós al paseo por Cehegín el día de mi cumpleaños, mostrándole las alturas donde los gatos gobiernan su casco antiguo. Mis padres iban a juntarse para celebrarlo todos. ¡Mierda! Suena, qué ironía, “Wish you were Here” de Pink Floyd.

Anochece, y los rostros cambian, las miradas dejan de ser claras y pasan a esa seriedad nocturna de la búsqueda constante. La noche se abre paso. Mi caminar se hace más rápido. No recuerdo el nombre de esta plaza, pero sí recuerdo que en ése portal, José y yo cantamos con la guitarra para ganarnos unos euros y tomar una cerveza. ¡Qué recuerdos lindos! Pero de eso hace ya mucho. Me vuelve esa maldita pregunta, la misma de aquellos días… ¿Qué coño hago en esta ciudad?

Mañana vuelvo a casa, porque vuelvo a sentirla mi casa. Mamá me habrá comprado “jamón del bueno” y galletas de chocolate. Estarán bastante malos ambos, como siempre. Dirá “pero hijico si es el mejor jamón que había en la tienda”, para yo responderle con un ademán de rechazo “pues ya, hijico, qué acierto, ya no compro más ahí”. Comprará la próxima vez otra vez ahí, por supuesto. No importa, me lo compra con tanto amor que lo primero que hago al llegar a casa es abrir el armario de la cocina para comprobar que están allí. La cama estará demasiado dura y el agua de la ducha saldrá demasiado fuerte, como siempre. Mi casa no es el retorno perfecto del exiliado, pero es mi casa. Y eso es algo que me ha costado poder decir. Además, el Miércoles llega Kukuxito y estoy deseando hacerle pedorretas y hacerle reir.

Los Cramberries me borran la sonrisa. ¡Joder! Casi había olvidado su ausencia. Mañana cojo el tren. El Miércoles es mi cumpleaños y no estará. Pero Dios sabe que esta vez lo he intentado. Lo siento, Murcia, me tendrás que acoger, otra vez, entristecido.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Sexo sin humanidad

Nunca he llegado a aceptar esta deshumanización de la intimidad consistente en desprenderse de toda complicidad, de toda sensibilidad, con el fin de satisfacer los instintos más animales.
Sería un error afirmar que la práctica del sexo sin sentimientos, sexo anónimo, es una realidad netamente homosexual, pero sin duda, me atrevo a decir que es preferentemente homosexual. El cruising, es decir, lugares públicos donde los hombres buscan sexo con desconocidos, el sexo mediante contactos por internet, es una grotesca parte de la vida gay. Conozco a muy pocos que no hayan practicado esto, que nunca hayan quedado por el chat para sexo, creo que los podría contar con los dedos de una mano. ¿Por qué el mundo gay es tan propenso a establecer este tipo de relaciones?

Vivimos en el siglo de la individualidad, el culto a uno mismo, giramos en torno a nuestras emociones, ideas, opiniones. Ya no sabemos escuchar, a no ser que de lo oído extraigamos algo nuevo que ayude a construir nuestro discurso. La moral conservadora es destruida en aras de la funcionalidad y de la libre expresión de nuestras apetencias y pulsiones. Estamos pues, desnudos de gran parte de nuestra humanidad, porque ésta sólo puede surgir de nuestro sentir respecto al otro, ya que el feedback externo es aceptado siempre y cuando participe en nuestro propio beneficio. Creo que esto toma máxima expresión en el sexo por sexo. Nuestro cuerpo requiere liberar tensión sexual y la manera en la que lo hacemos es eligiendo un cuerpo ajeno, borrando su cara, su vida, sus sentimientos, su palabra, en fin, todo lo que le hace humano, para dejarlo en un cuerpo. Le damos nuestra desnudez, nuestros besos, nuestra intimidad, pero pretendiendo nosotros mismo habernos desnudado previamente de todo lo anterior. Una vez acabado, nos resulta indiferente el futuro, los sentimientos, la vida, todo sobre esa persona ¿Es éste el tipo de relación que queremos establecer en nuestra vida sexual? ¿Queremos el mundo sexual que escribía Aldous Huxley en “Un mundo Feliz”?

Creo que es absurdo pensar que realizar esa práctica no acaba por afectar a la mente. En un artículo anterior escribía sobre la relación mente-cuerpo, conciencia-práctica. Creo que es imposible quitar completamente la intimidad, la humanidad al acto sexual, aunque se haga con un desconocido. Pero es que todavía más temor y más tristeza me provocan aquellos que afirman sí poder hacerlo. “No significa nada” como si el valor emocional fuese una prenda que uno puede quitarse y ponerse a su antojo De ser así, de poder hacerlo, tienen algo de monstruoso, y opino además, como psicólogo, algo de patológico. La persona capaz de disociar intimidad con implicación emocional (en mayor o menor medida), raya ligeramente la psicosis.

Creo que es una cuestión de sensibilidad, de pudor. Las razones que escucho por las que se practican son de dos tipos. Por un lado, los más racionales lo ven como un pacto sin ninguna implicación emocional, y por lo tanto no aportan carga emotiva, y por otra lado, como el alivio de una tensión sexual que les asfixia, conjunción de testosteronas. Creo que salvo una excepción, el resto de personas que lo han practicado y me lo han contado, siempre me han dicho que fue una parte de su vida pasada, que lo hicieron y no se arrepienten pero que pertenece al pasado, o bien que no se sienten orgullosos cuando lo hacen. Todos, y digo todos, los que lo han practicado, se han sentido más o menos avergonzados (con respuestas del tipo “eso fue una etapa” o “hace tiempo que no lo hago”) o bien entristecidos (con respuestas tipo “es que acababa sintiéndome mal o solo”).

No quiero llevar a confusión, no hablo de conocer a alguien una noche y pasarla con esa persona, no hablo de ver a una persona en el tren, jugar a una comunicación de miradas y acabar besando a un desconocido al que le atribuyes sentimientos aunque los desconozcas. Hablo de sexo por internet, quedar y follar, hablo de playas, de aseos públicos, saunas… Hablo de la total deshumanización del sexo sin más futuro que el del orgasmo, y sin más percepción del otro, como objeto sexual carente de sentimientos.

No, no creo que llegue a aceptarlo nunca, y desde luego quiero a muchas personas que lo hacen, y entre ellos hay muy buenos amigos, pero desde luego me siento más unido, con más complicidad, más cercano, con aquellos que a pesar de decir que respetan esa opción, son incapaces de llevarla a cabo. Seré un conservador, un retrógado, un reaccionario, pero me niego, me niego, me niego a participar en esa destrucción de la belleza como expresión de humanidad. Además me consta, que no estoy solo.

sábado, 1 de septiembre de 2007

PADRES E HIJOS



Todavía soy joven para hablar de la vida con una perspectiva más allá de la emoción. Pero algo ya puedo comprender, pues lo siento dentro de mí. Muchas veces me pregunto si la vida no es como una vuelta continua al origen. Pronto, en la adolescencia, salimos de nuestras raíces, de nuestros padres, y tras un vuelo más o menos largo, poco a poco acabamos regresando a esos inicios, de una manera o de otra. Desde luego, los padres podrían ser los hitos que nos unen a ese hogar íntimo que es la niñez. Los padres son determinantes en nuestras vidas. Bien procuramos vivir pareciéndonos a ellos o bien todo lo contrario, intentando ser lo más distintos posibles a como ellos lo fueron, o lo son. Así pues, incluso en el desprecio absoluto, estamos ligados a ellos de por vida. Nos dolió aquello que nos dijeron, y puede que más aquello que nunca nos llegaron a decir y tanto quisimos escuchar, y es que las heridas que nos producen los padres, no curan nunca, y cicatrizan en inseguridades que nos perseguirán siempre. Un reproche puede permanecer vivo en nuestra memoria y golpearnos justo cuando más fuertes nos sentimos. Podemos huir de nuestra casa a temprana edad para demostrar a nuestros padres que somos capaces de vivir, y puede que ellos nunca lo llegaran a dudar, pero entonces el orgullo ya suele estar demasiado herido para regresar humildemente. Y nunca nada nos tranquiliza tanto como la caricia de una madre. Y es que, en la obra de teatro del colegio de primaria, nerviosos con nuestros trajes de papel, siempre mirábamos atrás buscando los ojos y la sonrisa de nuestros padres. Quizás pase el tiempo, y hagamos lo mismo, pero de otra manera.

“Carta al padre” de Kafka, fue uno de los libros que más me impresionó respecto a este tema. Pero no es el único que se ha escrito a padres, ni el único cuya difícil relación ha marcado la vida de uno de estos genios literarios, Albert Camus escribe a su padre en el “Tercer hombre”, y la correspondencia entre Antoine de Sant Exúpery con su madre es maravillosa, hasta que un último vuelo lo perdió en las aguas. Manrique con las coplas a su fallecido padre. También políticos, Hitler, Lenin, tenían intensas relaciones con sus madres, el primero con un padre tirano, el segundo con un padre ausente, también Mao mantuvo una relación de amor y odio con padre. Nerón mató a Agripina, su madre, y Alejandro Magno la dejó morir en la soledad. En “Guerra y Paz”, el Conde es un tirano con su hija, que pacientemente le cuida mientras soporta sus reproches humillantes, y cuando el padre está en el lecho de muerte, le confiesa agónico que ella es su única amiga y la verdadera razón por la que lamenta morir.

Pero es que Urano se comió a sus hijos excepto a Cronos, y éste a su vez, se comía a sus propios hijos. Hasta que Zeus nació en una cueva (donde lo había escondido su madre Rea) y junto a sus dos otros hermanos, Hades y Poseidón, cortaron el pene de su padre y lo tiraron al mar. Luego Edipo, matando a su padre y casándose con su madre, Electra enamorándose de su madre. Freud viendo sexo por todas partes. El pequeño Leroy siguiendo a su madre entre la prostitución.

Soy hijo, y me cuesta imaginar qué siente un padre o una madre cuando ven que sus hijos no son lo que esperaba de ellos, ni comparte los valores que asume mínimos. Pero lo puedo imaginar al ver a un agónico Tólstoi mendigo muriendo de frío en la calle porque en su lujosa casa está su familia que era ajena absolutamente a lo que él creía. Un César cayendo apuñalado sobre los pies ensangrentados de Bruto. El padre de Santiago Carrillo leyendo la carta pública en la que su hijo le repudia.

Padres e hijos, lo más parecido a los antiguos Pharmakos, venenos que en cierta cantidad te curaban pero que en cantidades levemente superiores, mataban. Ser como ellos o intentar no repetir sus errores, buscar su aprobación o su claro rechazo (que es lo mismo). Lo que no me cabe duda es que en toda relación padres e hijos hay amor, incluso en las que más se odiaron. Porque el hijo siempre, ¡siempre! Pide amor y respeto, a gritos, intentando emular los logros de sus padres, intentando humillarlos… Y por parte de los hijos, tampoco me cabe la menor duda de que el sueño de todo hijo, lo cumplió el joven Telémaco, luchando codo a codo, junto a su padre Ulises por el amor de Penélope.

Si los padres y los hijos pudiesen hablar con el corazón…