viernes, 14 de marzo de 2008

¡Una mierda! ¡Arreglo el cinturón!


Hace días que se me caen los pantalones, porque mi cinturón acabó por romperse. Así que esta tarde, aprovechando que no tenia master, me he decidido ir a comprar otro a la calle Colón que es la de las tiendas de moda. Por lo general me desagrada sobremanera comprar ropa, más ahora que no puedes elegir, ya que todo está hecho en países del tercer mundo donde las personas que lo hacen están en condiciones de semiesclavitud. Pero realmente, urgía comprarme el cinturón, porque no podía seguir así. La verdad es que me daba mucha pena, porque el cinturón defenestrado había pertenecido a un chico con el que estuve, y además no tenía otro.

Así pues, seis de la tarde, salgo del metro de Colón. Zara, primera tienda. Legiones de niños y niñas, porque no llegan ni a chavales, en pequeños grupos, rodean prendas como ágoras improvisadas. Los miro y no puedo evitar sentir desconcierto. Van mejor vestidos que los modelos de los escaparates (por cierto, siempre en poses imposibles en sus cuerpos de corcho). Y lo peor de todo, lo que me impulsa a abofetearlos, aunque evidentemente nunca lo hago, es la gorrita medio caída (milimétricamente colocada, y recolocada, y vuelta a colocar) que descubre un peinado que sería la envidia de los cuerpos marmóreos de antigua Grecia. Pretendiendo espontaneidad, no son más que una copia algo patética del chaval del poster que tiene justo detrás de él. Y las chicas que esparcen su inseguridad en camisetas como brevísimos pañuelos malcomidos.

Bueno, Javitxu, céntrate, un cinturón, buscamos un cinturón. Por fin los veo al final de la tienda. Bueno, son bastante malos, y con algunos paso verdadero apuro para comprender su funcionamiento. Sí, disculpa, es que esto se pasa por aquí y luego por aquí, y se deja caer, me explica la joven. Pero, disculpe, entonces si esto está suelto… no sujeta el pantalón, digo yo. Claro, es que no busca sujetar. ¿Cómo que no busca sujetar? ¡Es un cinturón! Ya, pero se usa de adorno. ¡Ah!, comprendo, bueno no, menuda gilipollez, pero bueno, dónde están los cinturones que cumplen su función original. No, de esos no tenemos. ¿Cómo que no tienen? No, lo siento. (Una vez fui a comprar unas zapatillas de deporte para el gimnasio, a una tienda en esa misma calle. Había visto una tienda de deportivas. Pues resulta que no pude comprar porque todas las zapatillas de deportes, y había muchísimas, eran de adorno, no funcionales, no servían para hacer deporte, sólo para “salir”, tardé unos minutos en comprenderlo, ante la incomodidad del dependiente)

Bershka o como coño se escriba, cinco minutos después. Los mismos chicos ¿los mismos? Joder, juraría que sí, pero no los puedo distinguir, visten igual. Disculpe señorita, ¿los cinturones? Sí, están en ganchos a los lados de las estanterías. ¿De todas? Sí, claro, de todas. Ajá, bueno, voy a buscar. A lo diez minutos… Disculpe de nuevo, señorita, pero todos los cinturones son iguales, sólo cambia el color. Sí claro, es nuestra gama. ¿Vuestra gama? Sí. Comprendo. Mejor pruebo en otro sitio donde la palabra gama sea real.

Sprienfield. Disculpe señorita. Sí dime. (¿Dime? Será dígame, pero bueno) busco cinturones diversos y que sujeten, esto último le parecerá una tontería pero es importante, soy así de caprichoso, ¿Sería posible?. Sonríe (es lo único humano que muestra) Claro, tenemos cinco tipos. Bueno, cinco ya son variedad. Menuda mierda de cinturones, esto se va a romper enseguida, en fin, ¿29.90 euros? ¡Y hecho en Indonesia! Pagar semejante cantidad por esta mierda. De eso nada, me niego.

Salgo de la tienda, estoy ciertamente irritado, bueno, irritado y lleno de tiendas, en todas ellas se marcan estilos… Incluso en algunas indican que este estilo es clásico, este moderno, este cool, este… no sé, pero el del anuncio está muy bueno. Entonces me doy cuenta de que todo el mundo viste con lo mismo, lo mismo, el mismo estilo, quiero decir, el estilo de las tiendas, y sus tres tipos de cinturones. ¿Esto es estilo? ¡Una mierda! Esto es reproducir patológicamente un estilo predeterminado por las industrias, con millones de cinturones anónimos, todos iguales, hechos a miles de kilómetros. Entonces siento el mismo desazón que cuando voy a Ikea, donde se supone que es un sitio de diseño… ¿Qué diseño? Pero si hay cuatro tipos de mesas, y sólo puedes elegir entre esas. Luego, claro, vas a una casa y resulta que reconoces la mitad de los muebles, porque que la de tu amigo y su nueva casa, y ¡qué coño pero si es igual a la tuya!. Pero era tan barato… ¡Y tan jodidamente malo! ¿Dónde está el estilo individual? “Crea tu propio estilo”, pone en un cartel de una de las tiendas. ¿Tu propio estilo? Pero si es el mismo cinturón, pero es que el mismo aquí, en Madrid, en Londres que en New York. Es el mismo que se van a comprar miles de jóvenes pensando que tienen estilo porque lo compraron en la tienda del estilo. ¡Y ya van siete gorras exactamente idénticas que he visto en chicos diferentes! Bueno, yo me largo de aquí.

¿No os dais cuenta? Esto es 1984 de Orwell, la pesadilla de Aldous Huxley con su mundo feliz. Nos controlan de tal manera, que han dilapidado completamente la creatividad, el estilo de cada uno, no es cómo se ha formado como ser humano, qué intereses culturales y personales tiene, sino qué puta ropa usa (¡pero si ni siquiera puede elegir realmente!) Pero yo sé qué es estilo, no por mí, sino por algún amigo. José apareció un día con unos pantalones de la policía montada del Canadá y una chaqueta del ejército de tierra de España. Y para mí era el más guapo de todos, y el que más estilo tenía, y por ende, el más elegante. Es que eso es crear, de lo cotidiano, hacer estilo.

Yo carezco de estilo propio en la ropa, porque dediqué a crearme una personalidad al margen de las prendas, que por otra parte me producían más aburrimiento que otra cosa. Prefiero mis camisetas viejas, la chaqueta de Rafa, su pantalón, toda la ropa que tengo de José, la de David, calzoncillos de Ra, de Dani, el suéter que tengo de Vicent, la ropa de mi padre, de mis hermanos... Toda esa ropa es mía, detrás de cada prenda hay una historia, hay alguien, o un momento especial. Me niego a ceder esta vez. ¡Una mierda! ¡Me arreglo el cinturón! Que le follen a la sociedad del usar y tirar, ese cinturón se puede arreglar y lo voy a hacer. Y le seguiré diciendo a la gente, éste es mi cinturón, fue de un chico con el que desperté un día, y si supieras la historia que me pasó cuando fui a comprarme otro…

martes, 11 de marzo de 2008

Eras mi beso buscando hogar


Tu imagen me llegó a las seis menos diez, y no pude dormir ni un instante después, te confundías con mis sábanas, te me enredabas en la sien...

Despierto con un sudor frío, que me cubre como el rocío en los jardines. El mundo, tras mi ventana, son calles desiertas, farolas de latidos agonizantes y el sonido sordo de la madrugada. Inmóvil, dejo pasar unos segundos, intento comprender si es real esa luz todavía tenue que apenas es suficiente para iluminar las esquinas, o sigo en el sueño. Es real, me he despertado envuelto en un mar detenido de sábanas. Sí, se trataba de un sueño, y he despertado. Durante unos momentos siento como si hubiese permanecido dentro de una inmensa flor y, ésta, abriéndose, me hubiese volcado sobre un mundo estático. Miro las paredes, todavía incrédulo, miro las ventanas del edificio de enfrente, la almohada que todavía duerme tras mi abrazo... Era un sueño, un sueño en el que tú aparecías.

Lucías tan real… que casi fui feliz. Pero a las seis y diez me comprendí sin ti. Eran mis solitarias sábanas y un habitual mañana gris.

Me levanto. Cruzo el silencio que en el pasillo habita, entro al baño y me lavo la cara. Me miro en el espejo, fijamente, como sólo se mira a uno mismo en la intimidad. Tras unos segundos, vuelvo a mi cuarto. Parecías tan real… ¡pero tan real! Maldita sea. Miro a través del cristal de la venta. Esa chica temblorosa, de ropa apretada y mirada triste, se ha sentado en la acera. Se enciende un cigarro y mira al suelo. Ya no saluda a los coches que se acercan a ella con vergüenza, tampoco sonríe, es tarde, y los clientes, uno a uno, han destrozado su sonrisa de plástico, sus años, todavía escasos, y su belleza. Pienso que ya no volverá a ser joven, ni su belleza volverá a ser suave, ni delicada. Me da una tristeza infinita, bajaría a sentarme junto a ella. Le diría que he soñado contigo, que me besabas con fuerza, como al principio, y que yo era feliz otra vez. Luego, como siempre ocurre cuando miras a alguien, eleva la mirada hacia mí y rompe con ella, como un estallido sordo, el alba.

Pongo a Silvio y escucho la canción que te canto cuando despierto en las horas malditas de silencio y soledad. Suena Ojalá. Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta, ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve. Para no verte tanto, para no verte siempre, en todos los segundos, en todas las visiones... Me da miedo volver a la cama, me da miedo por si regresas desde la lejanía, si tu imagen vuelve a escapar de la prisión en la que agoniza tu recuerdo. No quiero volver a esos besos húmedos de piedra fina y constante goteo. De alguna forma, volvieron las caricias que se murieron en mi piel, tu respiración en mi mirada, de alguna forma, la prisión es todavía incapaz de albergar tu silencio.

Los primeros autobuses deshabitados cruzan la calle, y una persiana, en algún lugar oculto, carraspea con estruendo. La ciudad comienza a cobrar sonidos. Me asomo otra vez. Ya no está. Pero con el pasar de las noches, ha conseguido impregnar esa esquina de su melancólica infancia traicionada. Vuelvo a mirar mi cama, con esperanza y miedo. No estás. Pero estabas, ¡estabas!, y dormías con la preocupación hermosa en tus párpados, y dormías ocupando un breve espacio en el abismo del colchón. Aprovecho las últimas ascuas candentes de tu onírica presencia, pronto será ceniza por la firme mano de la razón. Pero antes, abrazo ese eterno segundo previo a aquel en el que la esperanza espira finalmente.

Me miro al espejo, y veo en su reflejo tu imagen disiparse, hacerse tela entre las sábanas y polvo suspendido en los rayos de luz que proyectan caminos brillantes. Vas desapareciendo lentamente, como era tu despertar. Ya casi no estás. Ya no estás. Me tumbo en tu reciente lecho, que ahora vuelven a ser mis sábanas vacías. Cierro los ojos, y el mundo acaba para la luz, y comienza renovado en mi oído. Ya no te siento, sólo era un sueño.

No consigo dormirme, el sueño se agotó con tu visita.

lunes, 3 de marzo de 2008

Aunque no te hayas ido...

Silvio Rodríguez, que tanto nos gusta a ambos, canta: “Ya te estoy recordando Rosana, aunque no te hayas ido…”. Y esta pequeña estrofa me daba vueltas hace un rato, tumbado en mi cama, mientras pensaba que Sergio se cambia de casa y ya no podrá ir conmigo al gimnasio. Y como siempre, no sabré explicar la tristeza que me produce.

Dada mi naturaleza profundamente antisocial, me cuesta mucho estar con las personas, digo estar cerca físicamente, de forma prolongada en el tiempo. Me cuesta, me siento forzado a comunicarme y acabo agotado. Pero con él no, con él estoy bien, sereno, y en cierta parte, alegre. Es por ello que me gusta tanto ir al gimnasio con él, porque en el camino, en el tiempo entre ejercicios, él está cerca y yo puedo acercarme, mirarle, sonreírle o hacerle rabiar, pero en cualquier caso, alzar la vista y verle entre la multitud. No necesito quedar a tomar algo, aunque pueda quedar, no necesito ver una película con él, aunque la pueda ver, no necesito salir de marcha y beber, aunque lo pueda hacer. Necesito caminar a su lado, necesito compartir ese lugar tan cotidiano que es el silencio, la banalidad mezclándose entre nuestras manos, su voz en las tardes y en las noches.

Su caminar lento, siempre cansado, arrastra la estrella evidente de los que son especiales. Y es mi amigo porque es especial, y es especial de forma absoluta, con el duende de los poetas y los músicos. Andaluz por sus orígenes, y por su pelo anillado, y por su mirada oscura y profunda, que guarda el misterio nocturno de las noches de la vieja Al-Andalus. Perdido en tierras valencianas, perdido porque sé que sus raíces no penetran en estas tierras de velocidad y acero, sino que vienen de allá, de donde yo, de donde la piedra observa cansada el transcurrir lento de la historia.

Y es un amigo, y lo es porque coge el teléfono, tan aburrido para él, y contesta porque sabe que espero contestación. Y es amigo porque me pide calor, y porque me pide protección y me pide calma. Lo es porque mi abrazo le abraza, y le da calor, y calor siente si mi sonrisa le adorna un defecto. Entrega, aunque a veces crea que no comprendo su sudor, entrega a pesar de que mis inseguridades hieran su tacto delicado. Porque es poderoso, sin saberlo, hermoso, sin aceptarlo, porque es tanto, sin saberlo, siento el privilegio de decírselo el primero.

Será mi amigo, claro, aunque no venga al gimnasio. Pero perderé mucho, perderé la rutina de su presencia, perderé mucho. Y no sabré hacerle ver lo privilegiado que me siento al contar con él, y no tendré las palabras adecuadas para espantar su silencio, no sabré mostrar que mi vida es mejor si está él en ella. Así que seguiré dedicandole canciones en silencio para decirle lo que no sé, e intentaré que sienta mi mano cerca si la suya flaquea, mi saber en sus dificultades y mi sonrisa en su tristeza. No sé hacerlo mejor, pero hasta lo que alcance mis posibilidades, hasta el horizonte último de mi conciencia, será el espacio, el hogar, al que él pueda volver cuando lo necesite.

Y todo esto, aunque no te hayas ido.