Todo cambia. "Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”. Tarareaba en silencio estos versos, mientras su cuerpo yacía desplomado, exhausto, sobre el mío. Su espalda era un horizonte púrpura y frágil como la escarcha. Un rocío cálido separaba su pecho del mío, y al deslizarse, los años caían como navajas incandescentes cortando toda intimidad. Abortan sus labios, las palabras que no dijo, y el silencio tras la tormenta se hace más silencio, y se hace más tormenta.
Nunca una mirada me resultó tan marmórea, nocturna e inescrutable. ¿Por qué? Me preguntó, y su voz sonaba como un cometa perdida entre la noche. Lejana, muy lejana. Acaricié su pelo ensortijado y dije “el barco sobre la mar y el caballo en la montaña”. No comprendió. ¿Por qué? Y yo le quería abrazar, y acunar su corazón joven entre mis brazos. ¿Por qué? Porque no puede ser, porque mi camino es largo y se aleja. Tu piel clama viento, y la mía tierra, la mía raíces donde descansar, mientras la tuya mira las nubes y las saluda a lo lejos. Entonces los besos se imponen con al fiereza de la pasión, donde las palabras se hacen marcos innecesarios aunque hermosos.
Vistió su silencio con una pesada lágrima, mientras su alma se cubría de nieve en la despedida. Quise gritar, ¿No ves la herida que traigo desde el pecho a la garganta? Pero ya se iba, y ya se fue. Y quedé con un raro gusto a decepción. Algo dentro de mí me dijo “es suficiente, Javi, es suficiente”. Comprendí entonces que había llegado el momento del abrazo comprensivo, de la espera tierna, la caricia cómplice... Y es verdad que todo cambia, como canta Mercedes Sosa. Quizás sea porque me hago mayor, pero siento mi cuerpo madurar, siento que mi mirada se calma y mi sonrisa se hace más difícil pero más completa. También siento que cambian mis pensamientos y, sobre todo, mis necesidades. ¿Será verdad que “todo pasa y todo queda”, como decía nuestro gran Machado?
No sé si es, sencillamente, que me siento agotado con el libro. Creí que al firmar el contrato con la editorial me calmaría, pero no ha sido así. Ya no leo nada más que el periódico y el poemario de Lorca. Tengo la sensación de cansancio y de cierta desilusión, y como dice Aute “un quieto cansancio se esparce”. Sí, puede que sea el libro, puede que sea eso. A veces pienso que he sido demasiado imprudente y temeroso al escribir un libro de psicología con 26 años. Otras me digo que es un orgullo, y que va a ir bien, que no tiene que estar perfecto, que no hace falta, que es el primero. ¿Y si me estoy sobreestimando? ¿Y si estoy haciendo un disparate teórico? Esas preguntas me atormentan. Por suerte, José y Rafa me animan, me dicen que va a ir muy bien y, aunque sé que lo dicen porque me quieren, hago por creerlo.
Ahora, la incertidumbre del cambio. Ahora, la espera. ¿Me dotará este cambio ajeno a mi voluntad, las nuevas habilidades para vivirlo? Creo que hemos perdido costumbres antropológicas muy sanas. En casi todos los pueblos ancestrales, y en los que perduran con poco cambio a lo largo de su historia, existen rituales que permiten a sus miembros pasar de una etapa a otra, de forma clara, formándoles para aceptar esos cambios. Por ejemplo, los indios Sioux americanos, tenían la costumbre de que cuando los jóvenes llegaba a cierta edad, debían irse en la más estricta intimidad durante tres días con su tipi a las montañas, donde debían ponerse en contacto con los dioses y éstos le darían un nombre mediante imágenes y, al volver al poblado, ya eran adultos de pleno derecho. Imagino que ahora uno es adulto cuando puede pagar una hipoteca, uno coche o qué sé yo. ¿Y los que no? ¿Qué pasa con nosotros?
Dudas, dudas, dudas… Una cama húmeda, unos besos en plena migración hacia el olvido y unas pocas hojas mal escritas. Los pensamientos me enmudecen y agonizan en mis manos. Me siento abrumado, confuso, cansado… Necesito dormir, todo parece, a veces, tan absurdo…
“Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!”
Rafael Alberti