“Sólo ese dolor es el que fuerza a los filósofos a descender finalmente a nuestras profundidades y abandonar toda nuestra confianza”. Así, como Nietzsche escribe, por una impronta prenatal de los latidos de corazón, descendemos a las entrañas de la soledad y buscamos en ella el mecanismo que todavía nos hunde más en el barro, en la mentira destructiva que libra de responsabilidad al otro y nos condena a la culpa perpetua del “yo” como desgarro. Pero quiero que este artículo sea diferente. Quiero escribir un “confieso que he vivido” como Neruda. No es una excusa, ni un canto ciego a las virtudes olvidadas, o apartadas, que ahora siento tan lejanas. Es un recuerdo dulce, a viva voz, de que dentro de mí hay seda, como hierro, y que mi mano hiere como cura, y que sabe acariciar.
“Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo”, canta Aute. Yo me reivindico. Tengo la costumbre, quizás por aflicción romántica, de guardar todo el mal que sobre mí han escrito, y leerlo de vez en cuando. Pero esto lo hago en tantas ocasiones, que a veces olvido que realmente no uso veneno como aroma de flores, que diría Silvio. Y como él, os digo: “Soy de tantas maneras, como gente pretenda nomás calificarme […] Asumirse en los fuegos, es no dictaminarse”. Soy imperfecto, profundamente imperfecto, pero “¿Quién le dijo que yo era risa siempre nunca llanto, como si fuera la primavera, no soy tanto?” bien pregunta Nicolás Guillén. Y como dice, para terminar con tanta cita, Silvio, de nuevo, “Quiero que me digas amor, que no todo fue naufragar por haber creído que amar era el verbo mas bello, dímelo, me va la vida en ello”.
Y de pronto me veo, una vez más, sorprendido sin embargo, intentando acercarme a personas que no lo merecen, o que desprecian abiertamente mi compañía. Pero vuelvo a ellas, les doy abrigo, el cobijo que no han pedido y desdeñan. Agotado, con los años, miro a mi alrededor y veo un amplio horizonte con unas pocas personas que, heridas en su mayoría, todavía me quieren y me aprecian. Otras yacen en el suelo, ensangrentadas, maldiciendome, buscando desesperadamente el filo en mi piel, o bien escondiendo sus lágrimas tras una barrera de indiferente silencio. Pero no todos cayeron, y de los que lo hicieron, algunos se levantaron, y ahora me miran, con más fuerza, sonriendo o serios, pero cerca de mí en la distancia, a mi lado, sintiendo su calor de todas formas. Y son esas personas las que quiero cerca, porque lo merecen, lo han ganado.
Tengo 26 años, y tengo muchas cosas por las que sentir vergüenza y profundo arrepentimiento (no comprendo porqué la gente suele decir esa detestable y absurda frase; “yo no me arrepiento de nada”). Yo sí me arrepiento de muchas cosas… y quien vive conmigo aprende rápido que soy un huraño, un estilista (gracias Antonio) y un gruñón. No niego esa parte de mí. Pero tengo otra, que generalmente es ignorada y que yo apenas discrimino entre quien la aprecia y quien no. También tengo aspectos por los que enorgullecerme. He escrito un libro que se va a publicar, y otros tantos que no, he viajado bastante, leído más, algo sé de política y de historia. No todo son espinas, no todo son defectos.
Me siento cansado de luchar por quienes no luchan por mí. Me siento cansado de insistir e intentar conservar aquellas amistades que ya se encuentran casi en putrefacción. Me he cansado de permitir que desconocidos me juzguen o ignoren y yo no sea capaz de mandarlos lejos de mí. Los que son amigos, lo son porque luchan por mí, y los que lo quieran ser, que me busquen. Estoy tan cansado de insistir… tan cansado de permitir…
¿Cuántos retornos, José? ¿Cuántos, Sergio? ¿Cuántos, Tes? ¿Cuántos, Álex? ¿Cuántos, Rafa? A ellos les debo mi amistad, les debo mi respeto y mis deseos de crecer, de ser mejor. Se los debemos a quienes insisten, a quienes a pesar de las heridas, del daño, se tumban a nuestro lado, asumiendo que la cuchilla es ahora caricia, porque no hay violencia permanente entre nosotros. ¡Basta de gratuidad en mis abrazos y de clemencia ante la agresión! Si me buscan, y no es tarde, me encontrarán.
Así que voy a intentar asumir aquí un compromiso ante vosotros. Voy a intentar, con todas mis fuerzas, “quererme un poquito más” como diría Rafa. Juzgar por los actos, por el interés demostrado de quien me empieza a conocer, o ya me conoce, La causalidad es una necesidad humana, como el comer o el dormir, sin ella nos sentimos indefensos. Pero voy a intentar apartarla, pues por lo general esa causalidad supone revertir el origen y espantar mi raíz. Voy a apostar por la bidireccionalidad, y quien no quiera acceder, bueno, como dice Lluis Llach:
vull que el dia sigui net i clar,
que cap ocell
trenqui l'harmonia del seu cant.
Que tinguis sort
i que trobis el que t'ha mancat
en mi.