jueves, 21 de febrero de 2008

... Y llegó nuestro pequeño Jon


No recuerdo con exactitud las palabras de mi madre, apenas me acababa de dormir. Pudo ser “ya está de camino” o “ya puedes venir a Madrid”. Colgué y, confuso por la hora y la emoción, recogí algunas ropas y libros que había desparramado por aquel trastero que me estaba haciendo las veces de cuarto provisional, en casa de Daniel. Salí precipitadamente hacia la estación de autobuses, envuelto por esa fría intimidad del despuntar el alba. Lloviznaba sobre la calle que estaba desierta, excepto por algunas sombras entre los árboles del viejo cauce. Compré el billete y el autobús salió pronto. Ya estaba de camino, tenía casi cinco horas de viaje hasta llegar a Madrid. Parecía tan irreal… ¡Jon estaba naciendo! ¡El hijo, el nieto, el sobrino tan esperado! En ese momento me parecía que el tiempo había pasado demasiado deprisa.

Hacía nueve meses que María me había llamado para decirme que estaba embarazada. Recuerdo que desde ese día comencé a escribir un diario al que iba a ser mi sobrino. Entonces pensé que sería precioso que supiese, cuando tuviese uso de razón, que era muy esperado y querido por su tío. Ahora, además de eso, creo que también es bueno que sepa lo inconsistente que es, y probablemente será, su tío, pero ésa es otra historia.

María nos había comunicado su intención de dar a luz en casa, si la gestación era buena y el parto se preveía sin dificultad. Creo que el resto de la familia envejecimos, si no unos años, algunas semanas. Lo primero que pensé fue en el disgusto que mamá se llevaría. María nos envió un poco de información sobre el parto natural en casa. La verdad es que lo leí todo, pero a los minutos de que me lo hubiera dicho, comprendí que si María había decidido eso, seguramente estaría bien. No volví a inquietarme, ya que tengo una confianza ciega en ciertas cosas con mi hermana, y ésta era una de ellas. Luego comprobé que, efectivamente, muchas mujeres estaban optando por un parto de esta naturaleza, debido a ciertos protocolos bastante deshumanizados, tanto para la parturienta como para el bebé, que se aplican indiscriminadamente en los hospitales.

Así que todo se había preparado para el parto en casa de mi hermana. Una vez que comenzara con las dilataciones, la familia Fenollar Cortés y la Vázquez acudiría a acompañar a mi hermana. Así pues, nada más llegar a Madrid, cogí el metro y fui a casa. María, Raúl y la matrona estaban el la habitación de arriba, y en el salón nos encontrábamos Amatxo, Aita, Cinta hija, Cinta Madre y Pepe. Calma tensa. Parecía que Jon no salía todavía. Al rato, nos fuimos a comer todos los del salón. A la vuelta, se precipitó todo. Alguien arriba pidió un trapo húmedo, creo recordar, y mamá subió con él y ya se quedó arriba. Todavía recuerdo la impresión, y la emoción, que sentí al ver cómo mamá subía y se quedaba para ayudar a su hija a dar a luz. Las mujeres, siempre fascinantes, obtienen la fortaleza suficiente para mantener, en silencio, el mundo en sus espaldas. Mamá no sólo ayudó a dar a luz a mi hermana, sino que cortaría el cordón umbilical. Las mujeres nunca dejarán de sorprenderme.

Pero a Jon le costaba salir, y María comenzaba a dar muestras de cansancio. ¡Qué sentimiento de sobrecogimiento al escuchar el dolor de María! No me sobrecogía sólo porque sufriera alguien que quiero, sino porque quien sufría era mi hermana María. Y es que ella siempre ha cumplido perfectamente los dos papeles privilegiados que puede llegar a tener una hermana mayor. De amor incondicional y de protección. Siempre sentí su mano cuando más lejos estaba, en distancia y en opinión, siempre ha sido un lugar seguro al que volver. Sin silenciar la crítica, la sonrisa fue siempre más sonora. Es un ejemplo de fortaleza, de coherencia y de valor, siempre lo ha sido, y tengo la íntimida convicción de que esta familia ha permanecido unida por ser ella el pilar sobre el que sustentan y rotan las relaciones entre nosotros. Así que, escuchar a mi hermana sufrir, hacía que algo dentro de mí se retorciese. Poco podía hacer yo, más que poner mi frente sobre el cristal de la puerta que nos separaba y enviarle, como una oración, todo mi amor y mi fortaleza. “María, un poco más, un poquito más”. Por alguna razón, estaba seguro de que mis palabras llegaban a ella.

Pero Jon seguía si llegar. A veces escuchábamos a mi madre, o a Raúl, decir que ya asomaba la cabeza, nos mirábamos con felicidad los que estábamos abajo, el silencio se hacía cristal y espera, ¿Ya está? ¿Había nacido? Pero entonces María caía desde la angustia y todos rozábamos las lágrimas. Pepe estaba sentado en una silla, con los brazos cruzados y la mano sobre la frente. Papá y yo salíamos al balcón, nerviosos. Cinta madre, compungida, suspiraba, y decía continuamente; “Pobrecita mía, pobrecita mía”. Cinta hija entraba y salía son nosotros. ¿Pero qué pasa Joncete? ¿Por qué te cuesta tanto salir?

La voz de mamá sonaba firme, la matrona y Raúl, todos la animaban. “No puedo más”, decía quebrándosele la voz a María, “no puedo más”. Cada vez que decía eso, me revolvía, y me dominaba un dolor primigenio, profundo, y casi sentía un breve resentimiento por el pequeño Jon que tanto daño le estaba haciendo. “Empuja, empuja” le decíamos todos “empuja un poquito más”. Aita se puso un poco de pacharán, le acompañé. De vuelta a los lamentos, que poco a poco iban creciendo, y estos sí que parecían ser los últimos. Pero nada, se deshacían en un lamento como miles de navajas. El silencio, ya metal, sólo era atravesado por las plegarias de la madre de Raúl. ¡Sal ya Joncete!

“Un último empujón” “vamos, vamos, que ya está”. Silencio. El silencio previo al estallido de emoción. Un llanto brevísimo, apenas dos segundos, no llega ni a tres. ¿Era él? ¿Había nacido? “No puede ser, no ha llorado nada”. Pero entonces mamá nos dijo; “Subid, ya ha nacido”. Y ahí estaba María tumbada, con Raúl a la espalda sosteniendo su cuerpo, y una pequeña manchita roja entre los pechos de María. ¡Era él! ¡Era Joncete! ¡Por fin! Rompimos a llorar de alegría, de cansancio, de emoción, pero rompimos, estallamos, como se derrumba un edificio, un castillo de naipes, no sé, nos abrazamos entre lágrimas. ¡Ahí estaba nuestro precioso Jon bajo una manta, ya revolviéndose buscando el pezón, con los ojos hinchados y sin un lamento en su rostro! María tenía una cara estupenda, y creo que fue la única que no lloró (bueno, quizás tampoco Pepe, pero no estoy seguro). Abrazamos a Raúl, besamos a María en la frente, en la pequeña cabecita oscura de Jon, los unos a los otros. ¡Qué emoción! ¡Nuestro pequeño kukuxito ya estaba en la familia! Había costado, pero ya estaba entre nosotros.

Sin duda, Jon me dio el día más emocionante de mi vida, y qué queréis que os diga, para ser su primer día en la tierra, no es mal comienzo.

martes, 12 de febrero de 2008

Breves apuntes políticos ( para Rafa especialmente)


Lo que pongo a continuación son pequeños escritos sobre política, que a veces he querido explicar a algunos amigos, especialmente Rafa, y siempre dejé en pinceladas. Ahora he agrupado algunas y las he puesto en el blog. Se trata de una primera parte, habrá otras. A quien no le guste la política, que no lea, pero creo que es interesante. Como digo, son dispersos y algunos no conectados.

Existe en la población occidental, la sensación de que hemos llegado a la cumbre del desarrollo político. La democracia occidental es el mejor sistema, nos decimos. Han fracasado los intentos históricos socialistas y comunistas, y el capitalismo ha vencido, es “el fin de la historia” que decía Fukuyama. O bien, como decía W. Churchill, “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. Pero no olvidemos que el sistema en el que vivimos, no es más que uno de ellos, el capitalista, que se va desarrollando. El pacto de filosofía Keynesiana amortiguó la sensación de desigualdad, gracias a una reparto de la riqueza suficiente como para dar una vida digna a la gran mayoría de los ciudadanos. Dicho pacto dio lugar al “Estado del bienestar”. No significa que haya cambiado el sistema, es el mismo, sólo que tiene unos instrumentos que anestesian las consecuencias injustas de ese sistema. Marx decía que había que agudizar las contradicciones del capitalismo, porque acabaría por devorarse a sí mismo. Pero Marx no contó con la transformación de la sociedad y, sobretodo, no contó con la aparición de sindicatos, y desde luego no se imaginó el estado del bienestar. Paradójicamente fueron los sindicatos y los avances en la lucha obrera lo que permitió que el capitalismo continuase, ya que consiguieron que los obreros tuviesen una vida mejor, más o menos. En la comodidad, el cuestionamiento es de intelectuales de café y reminiscencias de París del 68.

Lo cierto es que el debate se fraguó a principios del siglo XX. La revolución rusa y la revolución alemana tuvieron resultados diferentes, pero procesos similares políticamente. El cuestionamiento de sistema, había llegado a tal punto que las fuerzas populares revolucionarias fueron representadas y guiadas por grandes partidos más o menos unificados. Ambos partidos llegaron al poder, y una vez allí tuvieron que debatir si continuaban con la revolución hasta las últimas consecuencias o se quedaban en la toma del poder para realizar cambios desde dentro del sistema. Por un lado, la liga espartaquista y los bolcheviques, decidieron continuar, decían que la clase obrera estaba madura para la revolución. Por otro lado, los mencheviques y el partido socialdemócrata, querían mantener el poder “burgués” para desarrollar desde ahí el cambio, ya que la sociedad no estaba preparada para la revolución. El resultado es conocido, los bolcheviques vencieron y se hicieron con el poder, mientras que el partido espartaquista perdió y sus representantes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fueron asesinados por el germen de lo que serían las S.A. nazis, pero a las órdenes del gobierno socialdemócrata.

Max Weber definía el estado como “aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio, reclama para sí mismo, con éxito, el monopolio de la coacción física legítima”. Dicho estado tiene como función el mantenimiento de un sistema distributivo de la riqueza. Para el mantenimiento de ese sistema, se requiere una fuerza represora (que es la que tiene la legitimidad al utilizar la violencia), dicha fuerza son los llamados “fuerzas y cuerpos de seguridad del estado”. El sistema permite un espectro de movilización política, ya sea una dictadura o una democracia (será indistintamente según las necesidades de ese momento) y tiene a la policía que es suficiente para mantener el orden, pero cuando se cuestiona demasiado el sistema o se tambalean sus cimientos, recurren al ejército. Los golpes de estado, como el que vivimos en España en 1936, no son más reacciones de la clase dominante ante la posible pérdida de poder. Por ello, cuando las clases bajas o medias (ésta última es un invento posterior a la revolución industrial) asumen el poder, no lo hacen como golpe de estado sino como revolución o guerrilla popular. Pero incluso si triunfa alguna revolución y consigue el poder, por ejemplo en Cuba, y establece un estado socialista, ése estado necesitará la policía para mantener el nuevo sistema. Al fin y al cabo, la policía tiene el objetivo de mantener un sistema político mediante el uso de la violencia o bien el posible futuro uso (la cárcel es violencia, restricción de libertad)

Occidente se siguió desarrollando con la socialdemocracia. Este sistema político tiene la virtud de poder agrupar a partidos de izquierda y derecha, de permitir la libertad de opinión, en fin, la “ciudadanía social”. Pero no debemos olvidar que estamos insertos en un sistema político, y que damos por supuesto una serie de principios que usamos como base para nuestras críticas. Por ejemplo, damos por supuesto que en toda sociedad debe haber ricos y pobres, y que la distribución desigual de la riqueza en inherente a la sociedad. El debate se centra en el salario que deben recibir los trabajadores para vivir dignamente, o bien aceptamos que deben haber varios periódicos para fomentar la libertad de expresión. Todo eso lo asume el estado. Lo que no asume es cuestionarse por qué debe haber esa desigualdad entre el que posee la fábrica y quien trabaja en ella, o bien si realmente hay libertad de expresión si esos periódicos pertenecen a grandes grupos económicos que tienen sus intereses, y que a su vez financian a los partidos que nos gobiernan. Si algún día hiciésemos eso, sacarían a la policía a la calle a cargar contra los “radicales”. Si los radicales fuesen muchos y de hecho alcanzasen el poder mediante las elecciones democráticas, entonces habría un golpe de estado, como tantos hubo en la segunda mitad del siglo XX. Por cierto, conoceremos el 11 de Septiembre de 2001 toda la historia de la humanidad, porque EEUU fue “atacado”. Desde luego poca gente se acuerda de que el 11 Septiembre de 1973, estados unidos dio un golpe de estados en Chile y cambió una democracia como la de Salvador Allende por la dictadura brutal de Pinochet. No hace mucho, hubo un golpe de estado contra Hugo Chávez por querer cambiar la naturaleza del sistema. La visión que tenemos de Chávez es casi de un dictador, a pesar de haber ganado por mayoría absoluta con elecciones supervisadas por varios organismo internacionales, pero es que España tiene muchos intereses económicos en Venezuela, especialmente telefonía y petróleo, y esas empresas tiene los medios de comunicación, que es con lo que generan el clima de opinión de la sociedad. Pero ése es otro tema.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Caro diario... Y una breve carta de amor

Nunca conseguí escribir un diario durante mucho tiempo. Empezaba muy bien, metódicamente escribía a cierta hora, en cierto lugar y con una motivación exultante... Pero finalmente, terminaba apartándolo poco a poco. Lo bueno es que esa falta de constancia se compensaba con mi permanente intento por conseguirla. Así que empecé muchos diarios y, por lo tanto, tengo mucho escrito (eso me recuerda a la frase de Mark Twain: “Dejar de fumar es fácil. Yo he dejado muchas veces”). Ser constante en tu inconstancia tiene ese resultado, si te tomas tan en serio las promesas a ti mismo, como sus olvidos, acabas por recoger algo de fruto.

El primer diario que tengo data de 1996. Con letra temblorosa, cruzando torpemente esa débil verja azul de los cuadernos escolares, escribí: “Los motores comienzan a sonar, el avión se mueve, comienza la aventura”. Se trataba del avión que me llevaría a mi primer verano en Inglaterra. En hojas sucesivas voy contando mi día a día, las conversaciones con mis compañeros, los problemas, las impresiones, también incluyo algunos dibujos de paisajes cotidianos, etc. Me impresiona comprobar cómo en las contradicciones que entonces escribía, subyacen las mismas causas que permanecen en todos los diarios que posteriormente comencé. Ojos de niño en tierra fría y lejana. Ojos de adulto en tierra fría y lejana.

En otros diarios, aparecen las hojas con mis fantasmas, que siempre evito leer. También tengo diarios de cada viaje que hice. Es curioso que me cueste leer lo que escribí. No sé, es extraño, es como una mirada incómoda a otro que a pesar de ser yo mismo, no reconozco. O quizás no quiera reconocer, qué más da. Pero lo bonito, es que te ayudan a recordar detalladamente episodios distorsionados, fotografías incompletas, y palabras que se hacen escarcha en el recuerdo nunca inocente. A veces da mucho gusto, otras no, claro, pero he ahí lo que permanece.

Cansado de estudiar, de nuevo de noche y música suave, me he decidido a abrir el diario de cuero que comencé el verano pasado. Todavía guarda en sus entrañas, como atrapada, la carta que no llegué a responder, y que ahora no conoce destinatario. He ojeado por encima las páginas. No era grato, pues lo escrito todavía está demasiado húmedo en mi sentimiento, y en mi mente. Pero me ha hecho gracia leer una pequeña cartita de amor que no llegué a enviar, bueno, realmente es mitad carta mitad diario, ya que la desencadenó un sueño real. No ha pasado mucho tiempo y ya la encuentro ridícula, veo tantos errores... Mi hermano decía que nunca había que releer lo que uno había escrito, que si se cambiaba ya no era el mismo texto. Ni siquiera para corregirlo. Lamentablemente él llevó a rajatabla esa regla en su literatura. Nunca pudimos disfrutar de sus correcciones.

Voy a transcribir la cartita de amor:

“¡Qué miedo sentí ayer al despertarme a mitad de noche! Sentí que no estabas, que te habías ido. Los grillos del estanque, que desde el lago del jardín hacen transcurrir el tiempo, no encendían tu voz. ¡Qué miedo sentí! Creí que no estabas, pero ya nunca, que te habías ido para siempre. Me desperté aterido de frío, producto de mi mentira. Giré varias veces mi cuerpo, buscando tu mano tras mi espalda, con tus ojillos cerrados con fuerza. ¡No estabas! ¡Creí que ya no estarías! Rápidamente te llamé en silencio, te hice un galope largo, un camino de cerezos y de verdes bosques frondosos. Creé para ti orografías nórdicas y tempestades desatadas sobre el cristal de tu cama. ¡No estabas!
La casa dormía, mi cama vacía… ¿Acaso era verdad? ¿Te habrías ido? Sólo ha sido un sueño, me repetía, sólo un sueño. Pero ya no conseguí dormirme.”


Quería escribir esta imagen del tiempo, de mi tiempo, en unas líneas pasadas. Quizás resulten hasta inapropiadas. Pero la verdad es que poco de lo que escribimos con el sentimiento, no es inapropiado con el paso del tiempo. Lamentablemente, muy poco.


……………..

Quería aclarar que la imagen poética de “galope largo” es de Rafael Alberti, de su poema “Nunca fui a Granada”. También decir que el ritmo poético que pretendo, está inspirado en un poema de María Cegarra Salcedo, poetisa de mi tierra. A los dos mi agradecimiento.