viernes, 19 de noviembre de 2010

Donde sea... Pero juntos. (Viaje Madrid-Barcelona)




Siempre he creído que todo gran viaje supone, inevitablemente, un viaje a uno sí mismo. No es precisa una gran distancia para hacer más profundo ni más completo ese viaje interior. Sino que lo único necesario es la disposición a caminar, en el sentido más poético de la palabra, a caminar decididamente, sin límites, conscientes de que los temores, los que estaban y los que están por llegar, serán parte del camino, como lo serán los recuerdos, el cansancio, la ilusión, todo aquello que vive en el ser humano. Porque si vivir es en sí mismo un viaje permanente, viajar dentro de la vida es una forma más intensa de vivir, y por lo general más luminosa y clara. Así, una vez que hemos comenzado el camino algo va meciéndose dentro y fuera de nosotros, en un suceder de estaciones, de vientos y de días, liberadas de las leyes físicas y temporales que hemos creado para adormecer nuestro temor a los indomable. Y el viaje verdadero, o por lo menos al que yo me refiero, comienza cuando comprendemos que no hay más horizonte que esa finísima capa de piel porosa que separa el mundo interior y el exterior, y que ambos se mueven en una danza conjunta, hablándose en un idioma cómplice que los humanos llevamos siglos intentando descifrar. Entonces sólo no queda escuchar, porque ese idioma que desconocemos está hecho de nosotros, y si ofrecemos nuestro silencio con sencillez y humildad, llegaremos a comprender lo que de nosotros hablan. Puede que sea una comprensión irracional, que no se explica ni describe, sino que sencillamente se alcanza y se llega a saber (como sabemos que un animal es más feliz en libertad o que la lluvia sobre la ciudad es, de alguna manera, algo triste).

Éste era un viaje que me debía hacía tiempo, un enfrentamiento pendiente, constantemente pospuesto, que no podía retrasar más (ni por mí, ni por los heridos que dejé esperando mi lucha) y que, sin embargo, seguía retrasando. Era por cobardía, me decía si quería hacerme daño, o bien era por agotamiento si lo que quería era dormir esa noche un poco menos triste. Pero el tiempo pasaba, e iba poco a poco deshojando de recuerdos el futuro de mi memoria. No sabría decir cuándo había ocurrido, aunque sabía que había sido paulatino y sutil como sucede en todo lo que se hace raíz, pero había llegado el momento en que yo no era suficiente razón para intentarlo. Javi ya no era suficiente, ni por su pasado, ni por su futuro. Sabía que por no enfrentarme a esos viejos temores que iban creciendo inexorablemente dentro de mí como gigantes baobabs, estaba aceptando perderme una parte importante de mi vida y oscureciendo lo que un día serían mis recuerdos. Pero así era, y por mucha angustia y tristeza que me generara, sólo podía observarlo, ocultarlo a mis amigos y esperar ilusamente una migración de aves para irme con ellas a otro planeta.

Entonces descubres una de las maravillas de la amistad. Y es que a veces, lo que uno no no es capaz de hacer por sí mismo, sí lo es por un amigo. Ese amigo, en este caso, era Cristian. Mi amigo Cristian. Saber que nunca había estado en Madrid, y que tenía la oportunidad de ser yo el primero con quien visitara esa maravillosa ciudad me suponía una oportunidad y un honor que no estaba dispuesto a dejar escapar. Para mí, Madrid es una ciudad íntima, la quiero y la odio como sólo se quiere y se odia a Madrid, y así se lo quería transmitir a él. No sé la razón, pero habita en alguna parte profunda de mí, y pensar que podía compartirlo con Cristian, y que a lo largo de toda nuestra vida (que es el tiempo que espero que dure nuestra amistad), compartiéramos los recuerdos de aquel primer viaje a Madrid, me dio la fuerza suficiente para comenzar ese viaje que tenía pendiente.

No sé si comenzarlo con Cristian fue más acertado o menos que haberlo hecho cualquier otro de mis amigos más amados, pero sin duda ha sido lo mejor que podía haber imaginado. Me dijo que él quería estar conmigo esos días de viaje, que el lugar le daba igual, que lo importante era estar juntos, y cuando terminó de decir esas palabras, quizás por el momento preciso en que me las dijo o porque comprendí que era una verdad tan sincera, Cristian anuló el paso del tiempo como variable dentro de nuestra amistad, y ahora habita los Campos Elíseos de mi mundo junto a quien ya están ahí, donde quiero que permanezcan toda mi vida.

A Madrid se la quiere porque es oscura, enorme, transgresora, caótica y hostil, y cuando uno llega tiene la sensación de que no te espera, que ya no cabe nadie más y que en una ciudad así sólo se puede estar de paso. Porque Madrid (o así me la imagino yo), es una enorme madre cansada, abandonada, agotada, eternamente disgustada, maldiciendo su vida y su soledad, que te grita que no tiene sitio para ti mientras te hace un hueco y se quita comida de su plato para alimentarte. Se aleja diciendo que tienes que irte cuanto antes, pero haciéndote sentir que ya no quiere que te vayas nunca más.

Los pormenores del viaje... Madrid y su ensordecedor anonimato, el Retiro con Jon señalando a las palomas, el Templo de Debod haciendo de esfinge de la Casa de Campo, nuestras pisadas al kilómetro cero, la Plaza de Mayor, la manifestación con los Saharauis, nuestras conversaciones entre Neptuno, Cibeles, Atocha... La mano de Cristian coge la mía, y todo va mejor. Al poco, todo ya va bien.

Lo siguiente era Salamanca, donde esperaba uno de los más heridos por mi silencio. Pero no era el momento, algo había comenzado y tenía que saldar una cuenta anterior. Sergio cree que prefería estar con otra persona pero no se equivoca. No se lo explico, ya lo haré y sé que lo comprenderá. Cuando lo haga sabrá que iré a Salamanca tantas veces como quiera o necesite, y le explicaré porqué lo haría por él. Estará molesto, pero debo aceptarlo. Sabe que le quiero, y yo sé qué sabré hacerle ver cómo le quiero. Pero no puede ser en ese momento. Debo ir a Barcelona.

Barcelona es la hija buena, progre, alternativa, con sus anchas calles en cuadrícula, su mar y su monte, como una ciudad que espera ansiosa que vengan a visitarla para bailar alrededor del visitante. Uno va a Barcelona y siente inmediatamente que quiere vivir en un sitio así, casi siente que ya lo hace. Te acoge enseguida, te pasea por sus calles, te marea y sorprende con Gaudí. Sonríes con sus parques, casas y ventanas. Sin embargo, no sé si sólo me pasa a mí, pero siento que si estuviera en peligro, Barcelona se haría de porcelana resbaladiza y me alejaría suavemente de ella sin despedirme, mientras que Madrid se pondría un cuello vuelto y gorra, y sería capaz de cruzar navajas en un callejón si fuera necesario para salvarme. Por eso prefiero Madrid, siempre he preferido que estén a mi lado en las malas antes que en las buenas.

Pero Barcelona tiene a José y tiene a Tes. Le debía a José una visita. Le había fallado muchas veces (todas las veces que él sentía que yo le fallaba, no sabía que yo me fallaba a mí mismo más que a él, y que su reproche sólo profundizaba más la herida). Así que, sin dudarlo, me fui a Barcelona. Escribir mi estancia en Barcelona daría para otra entrada al blog, y quizás lo haga en otra ocasión, así que sólo voy a decir que es la primera vez que he sentido a José como futuro. Hemos pasado unos días juntos y he hecho cosas que sólo puedo hacer con él. Muchas veces me pregunto cómo hemos llegado a tener esta amistad... ¡con lo que nos hemos odiado! ¡con el daño que nos hemos hecho mutuamente! ¿Cómo es posible que nos queramos tanto? No, José, no voy a escribir aquí lo que he vivido contigo estos días, pero sólo voy a decir que por fin hemos vivido juntos. Vivido juntos. No pasar los días, no soportarnos, no querernos a rabiar mientras nos hacemos daño... Sino vivir juntos. ¿Por qué cedes en tantas cosas sólo para hacerme feliz? ¿Acaso lo merezco? No importa, tú lo haces. Por eso habitas también mis Campos Elíseos, y por eso estás en ellos recibiendo a Cristian. Cuando volvía de regreso, pensaba que si voy finalmente a vivir a Barcelona, quiero hacerlo contigo.

Tes se quejaba porque había esperado, y se queja siempre aunque sabe que la quiero, porque quejarse es su forma de quererme, y de recordarme que a ella siempre debo quererla un poco más cada vez. Tes es, además, más mujer, y cada vez me parece más lejana, más profunda e inalcanzable. ¿Te he asustado, Javi? Me había escrito por el ordenador. Pues sí, y me has entristecido. Siempre que la veo pienso que de haber querido estar con una mujer, habría sido ella, y que con ella mi vida habría sido mejor porque ella lo ilumina todo (su cabello estaba más inflamado que nunca, y los rizos oscuros parecen una nube en la que adentrarse debe ser un sueño eterno). Barceloneta, el barrio Gótico, las calles se suceden al paso rápido de Tes. Ya está tan perdida en la vida, se hace mayor (y más bella... ¡todavía más bella!) y sus inseguridades ahora son sonrisas, no baja la mirada cuando duda y comprende con la lejanía de las personas que comprenden sin abandonar su espacio. Tes acoge y abraza, y parece que Barcelona le sonríe orgullosa.

Este viaje me ha dejado cargado de palabras que no conocía, de sentimientos que no comprendo (si es que realmente sirve de algo entender un sentimiento), de sensaciones nuevas que no puedo expresar y que me provocan una sensación de ensordecimiento y confusión, como el que se siente tras un estallido cercano. Me siento henchido, copado, desbordado. Como si hubiera vivido doblemente de lo que lo he hecho. Siento que algo empieza, pero no sé qué, que algo ha cambiado, pero tampoco sé qué.

Con los días, iré procesando todo lo que he vivido, lo he sentido, pensando, e imagino que tendré una idea más clara (aunque realmente no sé si deseo que quiera obtener algo concreto), pero en estos momentos sólo me viene a la cabeza una canción que me lleva rondado durante los últimos meses. Quizás signifique algo, quizás no. Pero aquí os la dejo:


"Somos madero en deriva dentro y fuera de la costa,
somos bardos sin silencio con algunas libertades,
porque todo prisionero, de sí mismo extrae verdades,
aunque la verdad no existe.

Somos algunas razones con bastante fundamento,
somos lo que busca, a tientas, un futuro que persiste
en dejarnos como atados, no en mostrarnos como libres,
pues la libertad no existe.

Somos parte de los pasos de la historia cotidiana,
somos como una ventana
que espera que un ojo mire para anunciar su mañana.

Como una veleta nueva que no sabe dirigirse,
porque siempre los caminos,
son pocos para escogerse y largos para seguirse.

Somos piedra sobre piedra, piedras de generaciones,
que actuamos como mortales y pensamos como flores,
porque una flor es la prueba, de que en medio de lo triste,
lo sensible lo renueva"

Karel García
"Lo sensible se renueva"

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Unos minutos conmigo.




"En estos días no sale el sol sino tu rostro, y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos... ¡Ay, de estos días terribles! ¡ay, del nombre que lleven! ¡ay, de cuanto se marche! ¡ay, de cuanto se quede! ¡ay, de todas las cosas que hinchan este segundo!
"

Oscuridad, tabaco y Silvio. Tengo todo lo necesario para volver a escribir. Hace un mes que no lo consigo. Lo he intentando en varias ocasiones pero no he podido. No sé qué me pasa, pero no consigo salir de este estado gris, de cansancio y ceniza. No es tristeza, ni melancolía, sólo un cansancio esparcido que se desperaza dentro de mí. Escribo y borro. No me gusta. Lo siento, pero sigo sin conseguir escribir, asi que os voy a invitar a que paséis un rato conmigo, compartiendo mi intimidad. Esta vez eso va a ser todo. Sólo unos minutos compartidos.

Estoy con los ojos prácticamente cerrados, con ese párpado brillante que es mi ordenador, como un cálido fuego en la oscuridad de mi habitación. Escucho a Silvio Rodríguez, como quien escucha un recuerdo. Y mientras su voz ocupa el silencio, las imágenes que va evocando se expanden en mi conciencia con la volatilidad de lo invisible.

"Hoy sé que no hay nada imposible, anoche supe la verdad. Creía mi alma inservible pero era cansancio vulgar nada más. Tú eres un don de la brisa, un ser de la resurrección, un pájaro con una risa capaz de arrastrar a la noche hasta el sol.

¡Cómo gasto papeles recordándote cómo me haces hablar en el silencio! Cómo no te me quitas de las ganas aunque nadie me vea nunca contigo. Cómo pasa el tiempo, que de pronto son años sin pasar tú por mí detenida. Te doy una canción, si abro una puerta y de la sombra sales tú. Te doy una canción de madrugada.
"

Tengo 16 años, y estoy en casa de Aita. Llevo puestos esos enormes auriculares que deben de tener treinta o cuarenta años. Son auriculares de la Alemania dividida. Los mejores, dice mi padre con satisfacción. Lo cierto es que suenan muy bien y me gusta llevarlos. Pesan bastante, sobrios, de aristas mates, y los cables que sobresalen son pálidos y retorcidos. Son tan grandes que parece que te cobijen como una madre enorme con un abrazo plástico. Puestos, parece que en cualquier momento vayamos a escuchar el ladrido lejano de Laika.

Delante tengo los vinilos que bien me sé de memoria. Silvio, Aute, Serrat, Quilapayún, llach, Sting... Todo en su funda de carton, con el plástico interior desvencijado, perdido la mayoría, y que cae cuando los abro. En la mayoría, el pegamento se ha convertido en arenilla y, los que no, apenas resisten mi mano torpe buscando el librillo de letras. Es cierto que el vinilo tiene algo de encanto. Aparatoso, crujiente, guarda la esencia con más calor que los CD.

"¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿a dónde van las miradas que un día partieron? ¿acaso flotan eternas como prisioneras de un ventarrón o se acurrucan entre las rendijas buscando calor? ¿acaso ruedan sobre los cristales cual gotas de lluvia que quieren pasar? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo?¿acaso se van? ¿y a dónde van?

¿Qué se puede querer si todo es horizonte?

¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos?¿a dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol? ¿Por dónde están las angustias que desde tus ojos saltaron por mí? ¿a dónde fueron mis palabras sucias de sangre de Abril? ¿a dónde van ahora mismo estos cuerpos que no puedo dejar de alumbrar? ¿acaso se van? ¿y a dónde van?"

A los 16 años todo parece más fácil, y a la vez más profundo. José, en cierta ocasión, me dijo que lo que caracterizaba a la adolescencia era la presencia de periodos de inmadurez infantil juntos a momentos de absoluta lucidez. Desde entonces, esa descripción forma parte de mi concepción de la adolescencia. En esos momentos, Silvio cantaba todo lo que había que sentir. La política era un panfleto. El amor, unos poemas. Y la amistad... la amistad era todo lo demás. Como canta Silvio en estos momentos, “ahora me parece que hubiera vivido un caudal de siglos por viejos caminos”.

El cigarro calienta mi boca, y me besa con un humo denso y voluptuoso. Adoro esa sensación. Suena el teléfono, pero ahora no me apetece hablar. Luego contestaré. Últimamente me aburre hablar por teléfono. ¡Joder! Últimamente me aburre todo. Debería ir al gimnasio, pero prefiero quedarme aquí. Llaman otra vez. Es mi Javi. Luego le llamo.

Mi precioso Javi. Le echo de menos. Recuerdo cómo me enternece su pudor. Enrojece como un niño ladrón, sonríe sin separar los labios y se queda muy tenso. Parece que fuera a marchitarse como una flor mustia. Su sencillez lo arrasa todo, aplaca mi soberbia y me hace descender a la ternura con sólo su presencia. Sólo por haber conocido a Javi, ya han valido la pena estos dos años de exilio en Alicante.

"¿Dónde pongo lo hallado? En las calles, los libros, la noche, los rostros en que te he buscado. ¿Dónde pongo lo hallado? En la tierra, en tu nombre, en la biblia, en el día, que al fin te he encontrado. ¿Qué le digo a los perros que se iban conmigo en noches perdidas de estar sin amigos? ¿Qué le digo a la luna que creí que compañera de noches y noches sin ser verdadera?"

Bueno, creo que voy a regresar a la luz, al teléfono, a la cena. Han sido unos minutos para vosotros, y un par de horas para mí. No es gran cosa, pero soy yo mismo escribiendo el momento, mi momento. No es coherente, pero no hace falta que lo sea. La coherencia es un lujo del que, en estos días, no dispongo. Gracias por haber estado conmigo.