miércoles, 30 de marzo de 2011

Días extraños.



Días extraños. Días de silencio. Hace un mes que no escribo, y algo menos que apenas puedo leer. Llevo arrastrando desde hace unas tres semanas los diarios de 1956 de Gil de Biedma. Pero no consigo concentrarme. Casi no duermo y, cuando lo hago, no descanso. Son días extraños, días que dejan a su paso una asfixiante sensación de ruina, una vaga percepción de pérdida. Aunque trabajo, lo hago sin pasión (oscura antesala de una agonía más o menos certera). Últimamente, cuando entra un paciente al despacho y me cuenta sus preocupaciones, sólo siento deseo de permanecer en silencio frente a él, o ella, dejando que el tiempo pase como una fina lluvia (otras veces, me pregunto qué coño hago yo en ese lado de la mesa). En fin, no sé, creo que aspiro a vivir la vida como eso, como una fina lluvia que ni empapa ni cesa. Un largo suceder de días sobre un camino tranquilo.


(La infusión no me calma. El cigarro no me encuentra)


Yo no sé vivir”. Sus palabras sencillas y curvas, sin adornos, sin excesos, se adelantan con prisa al silencio que las va a cubrir. Solo palabras unidas, desnudas y dibujadas, que juntas cantan un lamento humano. Un lamento exiguo, fastidiado y apenado, que se ha desprendido (quizás ya derramado) de su cansancio (de nuestro cansancio). Pero es tan puro, tan limpio, que no parece haber sido pronunciado en lenguaje sonoro, el que hace vibrar el aire hasta llegarnos, sino por aquel lenguaje, mucho más íntimo y complejo, que es con el que nos hablan los recuerdos ya lejanos y los sueños.


José es mi hermano (¿por qué decimos “es mi hermano” cuando queremos indicar un amor superior a la amistad? No queremos tanto a nuestros hermanos hasta que nos damos cuenta de que los amigos están condicionados a la voluntad, y eso no ocurre hasta muy avanzada edad). Bueno, ya me entendéis. Digo que es mi hermano porque le quiero mucho, pero también porque me une algo a él que va más allá del afecto. Nos une este desconcierto por la vida, esta inadaptabilidad incómoda. Por eso, cuando leí en los diarios de Gil de Biedma el siguiente texto pensé en él (e inevitablemente en mí): “Treinta y cuatro años, inteligentísimo, poco dinero, pocas posibilidades establecidas de progreso. Conoce los entresijos de la vida práctica con una extrema lucidez, y al mismo tiempo es radicalmente inapto para la vida práctica. Una de esas personas –yo me tengo por otra- que con los mismos defectos pero con menos cualidades, hubiera funcionado mucho mejor”. ¿No te parece, mi José, que con sólo nuestros defectos seríamos más felices, que todo habría sido más fácil? (y algunas personas nos consideran especiales porque no saben qué nos dice el silencio cuando callamos). Sin embargo, tú eres más real que yo, y te envidio por ello. Tú eres la parte irresponsable y valiente que perdí en la batalla.


(Vuelve, Javi, a donde cada vez te cuesta más regresar. ¡Maldita patria lejana que no puedo abandonar! Sólo necesito dormir un poco, y todo parecerá menos sórdido mañana)


Víctor se divierte conmigo, como un niño que abre cajitas bonitas que le hacen reír (siempre he sido un buen juguete nuevo). Creo que para él soy un agua fresca de la que bebe con dedicación. Yo también disfruto mucho con él. Me encanta ver cómo la vida antecede a su conciencia. Envidio tanto ese vivir sereno que le permite la naturalidad… Es más sabio de lo que necesita y menos necio de lo que debiera. Parece que tiene prisa por crecer, o que quizás ha nacido ya viejo (como la tía Tula de Unamuno). Me toma en serio a pesar de todo, y cree que soy mejor de lo que realmente soy. Creo que si tuviera el piano que tanto desea, le cantaría “perfect day” de Lou Reed, porque así son los días con él.


(Esta noche casi ha pasado. Esta noche me voy a acostar pronto, voy a leer y a dormir. No voy a pensar que Cristian se va a Lisboa, ni que no estoy donde debiera con Rafa… No, voy a intentar, sencillamente, descansar. Os prometo que la próxima entrada no será tan aburrida. Puede que hasta escriba algo alegre. A Laura le prometí que el primer cuento alegre se lo escribiría a ella, pero de aquello hace nueve años y creo que ya ni espera. A ver si la próxima vez cumplo. Un besico.)