Suele ser como una fina lluvia persistente. Empapa todo tejido, lentamente, hasta llegar a la piel. Sin embargo, a veces, es como un torrente que se precipita sobre mí. Un cauce atropellado, vertiginoso, que me envuelve y me sumerge en ese océano sordo que es la lucidez desprovista de esperanza. Entonces pienso en Pessoa, en Pizarnik o en el estribillo de alguna de esas canciones que me recomendaron no escuchar cuando era adolescente. Entonces soy yo caminando por la sostenida Lisboa, la orilla de un mar hambriento, o recito, entre labios, «¿quién me ha robado el mes de abril?». ¿Cuándo perdí el mes de abril? ¿me lo arrebataron? ¿lo dejé caer por ese precipicio por el que tanto me gustaba asomarme cuando desea que el abismo se asomara a mí? Pero entonces era tan joven… tal felizmente desgraciado al cubrirme con aquella tristeza de otros tan bellamente me desnudaban a través de la poesía. Pero sí, Biedma, la vida iba en serio. Lo sabía sin saber, como se sabe lo que se conoce con la fiereza desafiante de la juventud romantizada. Y sí, Biedma, la verdad desagradable asoma, y su rostro me mira con seriedad.
Escribo esto con los ojos cerrados; sin pensar; sin
embellecerlo; sin la espera del eco siempre amable de quienes me quieren. Lo
escribo tal y como emerge de mí. Porque yo, cuando soy originalmente yo, cuando
me libero de la intelectualidad y la ternura con la que siempre procuro dulcificar
mi intimidad, soy ese niño asustado disfrazado de sacapuntas que no podía
soltar la mano de su madre durante el carnaval; ese niño con su chándal de felpa
verde que se columpia en Zumaia mientras mira con deseo el grupo de niños que
juega en el castillito metálico del parque.
Suena Yann
Tiersen («But don't be scared, I found a good job, and I go to work every
day on my old bicycle you loved») mientras escribo esto. Ayla duerme
cerca de mí. El cigarro me marea levemente. El móvil anuncia que me buscan. Nunca
he dudado de que soy bien querido por personas hermosas. Nunca me ha faltado un
abrazo cuando lo he necesitado. Pero la lluvia no cesa, y no hay químico que detenga,
ni por un momento, su humedad irredenta.
Poco a poco, como a latidos, voy retornando la entereza a
través de estas letras que sigo escribiendo a ciegas. Pronto volverá la sonrisa;
acariciaré a Ayla; cenaré algo; y seguiré con este nuevo libro que cuenta la
historia de… Voy a dejar que se desvanezca esta recurrente descarga de lucidez
que ha surgido del silencio y la soledad. Mientras tanto, sigue sonando Tiersen («Monochrome flat, monochrome
life, only abscence near me, nothing but silence around me»). Será
una noche larga hasta que el ácido gamma aminobutírico llegue a los puertos
habituales de mi cerebro. Voy a leer un rato. Está bien por esta noche.