domingo, 19 de agosto de 2007

Nocturno en mi nueva casa

Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son, a la vez, más borrosas y penetrantes que las del hombre sociable, y sus pensamientos, más graves, extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones, le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura y sentimiento. La soledad hace madurar lo original, lo audaz e inquietantemente bello, el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito. [...]

Thomas Mann

La casa es inmensa, más inmensa sin José, aunque toda ella dé cuerpo a su delicada locura. Las paredes son de escayola sucia y los techos altos, como eran antes, en cuyas aristas algunos adornos barrocos retozan como animalillos recién paridos. Puertas blancas y cristales translúcidos que unen fraccionan los colores distorsionando los cuerpos que esconden. El suelo color beige de mineral cuarteado está moteado por trazos malvas y surcado por canales oscuros. Pareciese que un manto de hojas secas, en un otoño perpetuo, se hubiese hecho piedra. Alberti suena en la noche.

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas
¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua.
[...]
Siento esta noche heridas de muerte las palabras"

Nocturno

En sus habitaciones, seis, habitan los objetos más variopintos que uno puede imaginar. Televisiones estropeadas, vaciadas sus entrañas, cuerpos de corcho desnudos, un espejo desgarrado, un trono rojo deshilachado en sus comisuras, una muñeca descabezada… Todo ello sin orden aparente pero en una extraña armonía, abandonados como si los propios objetos hubieran llegado de lejos hasta estas esquinas a morir. La casa respira un aire de aristocracia pobre y triste, y cuelgan de sus paredes tormentas en tardes de Domingo.

La música de Enya me sigue por los pasillos, en una vigilia nocturna que me lleva de cuarto en cuarto buscando calor. La noche se desliza por los enormes ventanales y se adueña de los espacios. Me tumbo en el diván de cuero que hay al final del salón, entre un carro de la compra y un torso femenino desnudo. Viene a mí la canción de Sabina y esa magnífica estrofa: “Algunas veces suelo rescostar mi cabeza en el hombro de la luna, y le hablo de esa amante inoportuna que se llama soledad”.

“Algunas veces vuelo y otra veces
Me arrastro demasiado a ras del suelo
[…]
Algunas veces vivo y otras veces,
la vida se me va con lo que escrito.
Algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
Luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje una botella,
al mar de tu incomprensión.
[…]
O duermo y dejo la puerta de mi habitación abierta,
por si acaso se te ocurre regresar.
Más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.


Iluminado por las luces de la ciudad, cegadas las estrellas y obviada la luna, descanso sobre el cuero frío y desgastado. Mañana se va Rafa a Madrid. Se va mi Rafa. Estoy ya acostumbrado y no consigo acostumbrarme a su ausencia. Adiós a las discusiones sobre física, economía, política, adiós a debatir sobre si el universo tiende al equilibrio, como defiendo yo y mi filosofía hermética, o bien tiende hacia el desorden según él y su ciencia. Adiós a la excusa verbal que justifique no separarnos de madrugada. Me quedo solo en Valencia, no estoy solo, claro, pero no está ya Rafa, así que estoy solo otra vez.

Algunas canciones de Antonio Vega y The Smiths cierran mis labios y mis párpados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Permíteme esta vez ser el primero en escribirte unas palabras.
El verano parece no acabar cuando todos se han ido. Los que logran escapar del tedio de la ciudad, son de nuevo víctimas del aburrimiento. Pese a la euforia colectiva que desatan estas fechas, siempre he considerado el verano como la peor estación del año.
Odio estar solo. Odio no poder pronunciar ninguna palabra más que los pensamientos que se escapan en voz alta. A veces dormir calmaba todo lo que rondaba en mi cabeza, pero siempre llegaba el momento en que mi cuerpo no resistía una hora más de sueño. Aun así, he podido ver cómo esos momentos de soledad interminable quedaban atrás más tarde o más temprano.

He de decirte que tu padre es todo un escritor, ¡si señor!. Ahora me explico tu vocación literaria.

Un abrazooo