domingo, 14 de octubre de 2007

De cómo Penélope esperaba a Ulises



Siempre me gustaron las novelas de literatura fantástica latinoamericana. Desde Márquez, pasando por Arenas, Llosa, Allende, etc. Y es que en ella encuentro situaciones que siempre me han llamado mucho la atención, y que son muy típicas de estas novelas. En algún momento, algún personaje del libro decide algo y cambia toda su vida tras esa decisión. Así por ejemplo, deja de hablar para siempre con su marido, decide algo y lo mantiene hasta el último día de su vida, pasa todos los días por un lugar, etc. Quizás os parezca una bobada, pero me impresiona esa constancia, aunque sea ficticia. Decisiones que se toman y se mantienen toda la vida. Sobre eso me gustaría escribir unas letricas, como diría mi madre.

Recuerdo nítidamente a Bob. Era un holandés maravilloso que conocí en Granada. Se ganaba la vida tocando el piano en bares de Jazz, era muy culto, guapo… En fin, no sé, era, sencillamente, un sueño hecho realidad. Casi me vuelvo loco por él. Le esperé durante tres años, miraba el correo a diario pensando que me había escrito, que me contestaría. Me obligué a olvidarlo, contaba los días que no miraba su página web, creí tantas veces que le había olvidado… Pero nada, acudía a mí, y yo rompía mis promesas a mí mismo. De pronto, un día, años después, me di cuenta de que nunca pensaba en él, de que no me importaba que me escribiera o no. Ese día descubrí que Bob había desaparecido de mí. ¿Cómo sucedió el cambio? ¿En qué momento se apartó de la obsesión? Me ha pasado con otros, y con otras situaciones. ¿Cuántas veces habrá escuchado Rafa, de mi voz, que no iba a repetir un error? ¿Cuántas, le tuve que llamar para decirle que lo había vuelto a cometer?

¿Qué hace que cambiemos actitudes, pensamientos y sentimientos que estaban tan arraigados en nosotros? Y cuando ello ocurre… ¿Cómo se ha producido ese cambio? ¿Ha sido veloz o lento? ¿Cuándo fue la última palabra suficiente para cortar por lo sano una relación? ¿Cuántas tardes hicieron falta, cuántos noches, para dejar de pensar en él o en ella? ¿Cuántas veces tuvimos que equivocarnos o sufrir por repetir un error? Luego, una noche, te das cuenta de que piensas en otra persona, o te lo encuentras y tu miedo se ha convertido en indiferencia. Pero ¿Qué decide eso en nuestro interior? ¿Tenemos control sobre ello?

En ciertas personas es un proceso lento, puede durar años y, cuando menos se lo esperan, se dan cuenta de que ha cambiado, de que ya no recuerdan a esa persona, o ya no le duele tal recuerdo, o que empieza a querer a ese amigo que no lo creía tan amigo, y a echar en falta a aquel amigo que creyeron superfluo o dañino, qué sé yo. Otras, en cambio, dicen que sucede algo y súbitamente cambia su realidad, un antes y un después. La verdad es que yo, a veces, deseo que me ocurra algo desagradable en extremo, para que justifique un cambio en mi actitud o en mis sentimientos. Fuerzo las cosas para poder decir, ¡Es la última vez que me ocurre! Pero incluso, entonces, a veces, nada cambia.

¿Cuántas veces deseé ser un personaje de “cien años de soledad” o de “la casa de los espíritus”? Habiendo estudiado psicología, todavía no sé qué me parece más misterioso, la mente o el cuerpo. Quizás nuestra conciencia no sea más que un epifenómeno, es decir, un factor prescindible para el funcionamiento de un engranaje. Quizás la conciencia y la voluntad, sólo puedan jugar con las sombras de la cueva de Platón. Quizás la conciencia sólo sea un huésped incómodo para nuestro cuerpo. En mi caso, desde luego, muy incómodo