miércoles, 3 de noviembre de 2010

Unos minutos conmigo.




"En estos días no sale el sol sino tu rostro, y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos... ¡Ay, de estos días terribles! ¡ay, del nombre que lleven! ¡ay, de cuanto se marche! ¡ay, de cuanto se quede! ¡ay, de todas las cosas que hinchan este segundo!
"

Oscuridad, tabaco y Silvio. Tengo todo lo necesario para volver a escribir. Hace un mes que no lo consigo. Lo he intentando en varias ocasiones pero no he podido. No sé qué me pasa, pero no consigo salir de este estado gris, de cansancio y ceniza. No es tristeza, ni melancolía, sólo un cansancio esparcido que se desperaza dentro de mí. Escribo y borro. No me gusta. Lo siento, pero sigo sin conseguir escribir, asi que os voy a invitar a que paséis un rato conmigo, compartiendo mi intimidad. Esta vez eso va a ser todo. Sólo unos minutos compartidos.

Estoy con los ojos prácticamente cerrados, con ese párpado brillante que es mi ordenador, como un cálido fuego en la oscuridad de mi habitación. Escucho a Silvio Rodríguez, como quien escucha un recuerdo. Y mientras su voz ocupa el silencio, las imágenes que va evocando se expanden en mi conciencia con la volatilidad de lo invisible.

"Hoy sé que no hay nada imposible, anoche supe la verdad. Creía mi alma inservible pero era cansancio vulgar nada más. Tú eres un don de la brisa, un ser de la resurrección, un pájaro con una risa capaz de arrastrar a la noche hasta el sol.

¡Cómo gasto papeles recordándote cómo me haces hablar en el silencio! Cómo no te me quitas de las ganas aunque nadie me vea nunca contigo. Cómo pasa el tiempo, que de pronto son años sin pasar tú por mí detenida. Te doy una canción, si abro una puerta y de la sombra sales tú. Te doy una canción de madrugada.
"

Tengo 16 años, y estoy en casa de Aita. Llevo puestos esos enormes auriculares que deben de tener treinta o cuarenta años. Son auriculares de la Alemania dividida. Los mejores, dice mi padre con satisfacción. Lo cierto es que suenan muy bien y me gusta llevarlos. Pesan bastante, sobrios, de aristas mates, y los cables que sobresalen son pálidos y retorcidos. Son tan grandes que parece que te cobijen como una madre enorme con un abrazo plástico. Puestos, parece que en cualquier momento vayamos a escuchar el ladrido lejano de Laika.

Delante tengo los vinilos que bien me sé de memoria. Silvio, Aute, Serrat, Quilapayún, llach, Sting... Todo en su funda de carton, con el plástico interior desvencijado, perdido la mayoría, y que cae cuando los abro. En la mayoría, el pegamento se ha convertido en arenilla y, los que no, apenas resisten mi mano torpe buscando el librillo de letras. Es cierto que el vinilo tiene algo de encanto. Aparatoso, crujiente, guarda la esencia con más calor que los CD.

"¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿a dónde van las miradas que un día partieron? ¿acaso flotan eternas como prisioneras de un ventarrón o se acurrucan entre las rendijas buscando calor? ¿acaso ruedan sobre los cristales cual gotas de lluvia que quieren pasar? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo?¿acaso se van? ¿y a dónde van?

¿Qué se puede querer si todo es horizonte?

¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos?¿a dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol? ¿Por dónde están las angustias que desde tus ojos saltaron por mí? ¿a dónde fueron mis palabras sucias de sangre de Abril? ¿a dónde van ahora mismo estos cuerpos que no puedo dejar de alumbrar? ¿acaso se van? ¿y a dónde van?"

A los 16 años todo parece más fácil, y a la vez más profundo. José, en cierta ocasión, me dijo que lo que caracterizaba a la adolescencia era la presencia de periodos de inmadurez infantil juntos a momentos de absoluta lucidez. Desde entonces, esa descripción forma parte de mi concepción de la adolescencia. En esos momentos, Silvio cantaba todo lo que había que sentir. La política era un panfleto. El amor, unos poemas. Y la amistad... la amistad era todo lo demás. Como canta Silvio en estos momentos, “ahora me parece que hubiera vivido un caudal de siglos por viejos caminos”.

El cigarro calienta mi boca, y me besa con un humo denso y voluptuoso. Adoro esa sensación. Suena el teléfono, pero ahora no me apetece hablar. Luego contestaré. Últimamente me aburre hablar por teléfono. ¡Joder! Últimamente me aburre todo. Debería ir al gimnasio, pero prefiero quedarme aquí. Llaman otra vez. Es mi Javi. Luego le llamo.

Mi precioso Javi. Le echo de menos. Recuerdo cómo me enternece su pudor. Enrojece como un niño ladrón, sonríe sin separar los labios y se queda muy tenso. Parece que fuera a marchitarse como una flor mustia. Su sencillez lo arrasa todo, aplaca mi soberbia y me hace descender a la ternura con sólo su presencia. Sólo por haber conocido a Javi, ya han valido la pena estos dos años de exilio en Alicante.

"¿Dónde pongo lo hallado? En las calles, los libros, la noche, los rostros en que te he buscado. ¿Dónde pongo lo hallado? En la tierra, en tu nombre, en la biblia, en el día, que al fin te he encontrado. ¿Qué le digo a los perros que se iban conmigo en noches perdidas de estar sin amigos? ¿Qué le digo a la luna que creí que compañera de noches y noches sin ser verdadera?"

Bueno, creo que voy a regresar a la luz, al teléfono, a la cena. Han sido unos minutos para vosotros, y un par de horas para mí. No es gran cosa, pero soy yo mismo escribiendo el momento, mi momento. No es coherente, pero no hace falta que lo sea. La coherencia es un lujo del que, en estos días, no dispongo. Gracias por haber estado conmigo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Javi,necesito hablar contigo,mi correo es m.garciaortega@yahoo.com

Es muy importante.

Anónimo dijo...

...OJALÁ PASE ALGO QUE TE BORRE DE PRONTO, UNA LUZ CEGADORA, UN DISPARO DE NIEVE....

RING RING.....

Antonio Rubio dijo...

Gracias a ti por seguir hablándonos. Que tus textos sigan siendo "primperán"

Anónimo dijo...

Hola, Javi, joder... si no puedes escribir y escribes esta preciosidad.... cuando puedas escribir vas a escribir una obra de arte... muy bonito.
Un besico niño,
de veras que muy bonito