Querido ...:
Te escribo estas letricas (así empezaban las cartas que mi madre me escribía) porque sé que estás
haciendo frente a las primeras decisiones, las primeras incertidumbres, de la
vida adulta. Soy consciente, por experiencia propia, cómo estos primeros
acercamientos a la vida, este paulatino abandono de las certezas de la infancia,
nos expone al desasosiego que, con otras expresiones y otras situaciones, ya no
te abandonará nunca. Nada me gustaría más que decirte «todo saldrá bien» o que
«alcanzarás todas tus metas», pero te estaría tratando como un niño, y no como
el adulto que comienzas a ser. No, ..., no todo saldrá como esperas, ni conseguirás
siempre aquello por lo que te esfuerces. Y es que uno de los aprendizajes más
duros a los que nos enfrentamos es aceptar que el resultado de nuestras decisiones
no es consecuencia única de la propia voluntad y las expectativas que la motivan;
si no que es la combinación de estas y de otras variables que no dependen de
nosotros, y de las que no tenemos control o influencia. Eso es un aprendizaje
muy duro porque no nos educan para el fracaso; de ello se encarga la vida con
sus asperezas tan, en ocasiones, descarnadas.
Sin embargo, ..., no pretendo decirte que la vida es un
naufragio permanente, una precipitación que se escape por completo de nuestro
dominio. No, eso tampoco sería preciso. El cantautor cubano Karel García
escribió lo siguiente: «Somos madero en deriva, dentro y fuera de la costa. Somos
bardos sin silencio con algunas libertades porque todo prisionero de sí
mismo extrae verdades, aunque la verdad no existe. Somos algunas razones con
bastante fundamento, somos lo que busca a tientas un futuro que persiste en
dejarnos como atados, no en mostrarnos como libres, pues la libertad no existe.
[…] Somos piedra sobre piedra, piedras de generaciones, que actuamos como
mortales y pensamos como flores». A lo que te enfrentas ahora, como ya lo
harás el resto de tu vida, es decidir hacia dónde quieres orientar el rumbo de
tu vida, asumiendo que habrá tormentas que te forzarán a alterarlo. Ese rumbo,
además, no siempre será el que desees mantener, y, en ocasiones, ni siquiera
sabrás qué rumbo deseas seguir en ese momento. Ten por seguro que ciertas
tormentas te conducirán a travesías inesperadas, forzando a elegir entre rumbos
que jamás contemplaste. Pero es que en esa incertidumbre también radica la
belleza de vivir. Quien no duda, quien siempre cree saber cómo conducirse con
acierto, es porque teme asumir la responsabilidad de vivir en libertad. En esta
línea, el teólogo Reinhold Niebuhr escribió: «Dios, concédeme la serenidad
para aceptar lo que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que puedo
cambiar; y sabiduría para reconocer la diferencia».
El poeta José Agustín Goytisolo escribió a su hija Julia un
poema que me ha servido como guía a lo largo de la vida, y que incluye estrofas
como las siguientes: «Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal
vez querrás no haber nacido. […] La vida es bella, ya verás como a pesar de los
pesares, tendrás amigos, tendrás amor. […] Otros esperan que resistas, que les
ayude tu alegría, tu canción entre sus canciones. […] Perdóname, no sé decirte nada
más, pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. […] Y siempre, siempre,
acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, como ahora pienso».
Estos versos ilustran, con la belleza única del arte, lo que pretendo
transmitirte con esta carta; que la vida es compleja, con frecuencia dolorosa o
angustiante, pero que no estamos solos en el camino; que tú no estás solo en tu
camino. La personas que te queremos estamos a tu lado, te acompañaremos
mientras vivamos, y hallarás siempre abierta nuestra mano cuando la necesites. Aunque
la vida esté colmatada de incertidumbres, aunque en ocasiones creas que caminas
en la oscuridad, que lo que hagas carezca de sentido, de lo que te puedo certeza es que no estarás solo. Creemos en ti. No es
que creamos que puedas alcanzar todo aquello que te propongas, que no errarás
nunca o que todas tus decisiones serán siempre afortunadas, sino que creemos en
ti, en la persona que eres, y nada de lo que hagas o decidas, cambiará ese vínculo. No tienes que ganártelo ni merecerlo; te pertenece ya para siempre. Camina, al menos, con esa certidumbre.
Te mando un abrazo muy fuerte.
Javi