domingo, 12 de julio de 2015

La lucidez...




La lucidez es un don y es un castigo. (...) La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría será el placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años

(A. Pizarnik).


Me resulta difícil escribir una primera entrada al blog después de varios años de silencio. Lo intenté muchas veces pero siempre terminaba desistiendo. Parecen tan lejanas las imágenes que vinculo a las otras entradas… a aquella primera entrada...

Cierro los ojos y dejo que el recuerdo se derrame como resina de una memoria caprichosa, presidio translúcido y desarbolado de imágenes y sensaciones. Sí, soy yo, una habitación interior en la calle Misser Mascó, la noche ya expandida, suena una música suave y yo escribo. La cama, a mi espalda, revuelve las sábanas cubriendo parcialmente su secreto, un cuerpo exhausto que tirita todavía el temblor de la reciente tempestad. Le miro largamente, como siempre hacía mientras dormía. Pero no, no es eso lo que quiero recordar… No es el propósito de esta entrada, y no deseo que la melancolía o la nostalgia empapen estas primeras palabras.  

¿Cuántos años han pasado desde entonces? Escribo “años”, y la gravedad de su significado cae como un grito vertical sobre mi conciencia. Los años ya no son esas monturas frescas e invisibles que se deshacían imperceptiblemente ante mi ansia. “Dejar huella quería/ y marcharme entre aplausos/ -envejecer, morir, eran tan sólo/ las dimensiones del teatro./ Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma:/ envejecer, morir,/ es el único argumento de la obra.” escribía un angustiado Gil de Biedma ante el paso irrefrenable del tiempo. Pero no, tampoco de esto quería hablar. Disculpad que me disperse así, hace tanto que no escribía...

Quería hablar de la "lucidez", es decir de la claridad de la conciencia, la certeza del ser como una realidad finita, y la insaciable sed por trascender que de ello se desprende. La búsqueda irrenunciable de significado, la innecesaria pero abrumadora duda relativa a la razón de la propia existencia, la misma que ha atravesado civilizaciones, desnuda de conocimiento pero cubierta de idiomas, se expresa permanentemente bisoña en cada despertar de la conciencia. Escribió Ortega y Gasset que “vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser”. Y eso, precisamente, considero que es la lucidez. Que la vida acaba al suceder de los años es una obviedad tan brutal como yerma. La lucidez no es sólo la toma de conciencia de esta limitación vital, sino también el instrumento con el cual podemos embellecer (quizás dignificar) la propia existencia.

La respuesta teológica a esta incertidumbre es, probablemente, la más sencilla de todas. Si pudiera desprenderme de una parte de la lucidez y entregarla a la fe, a la verdad incuestionable, lo haría sin dudar. El irreductible escepticismo (que algunos consideran combustible necesario de la inteligencia) me ha privado de esa tregua, ese descanso a la lógica, que es el acto volitivo de creer incuestionable una verdad. No seré yo quien condene esa opción. Sólo hay algo que valoro en los humanos en igual grado que el amor o la inocencia, y es el miedo. Porque la tristeza es la pérdida de lo previo, el miedo es la conciencia de la irreversibilidad. No voy a juzgar la idoneidad del miedo pues mi lucidez abandonó la soberbia de supeditar lo racional a lo irracional. Desconozco la mayor parte de las leyes que subyacen a las emociones, pero sí sé que la lógica es un epifenómeno que sólo enturbia en una lengua diferente, y cada vez valoro más la contradicción como uno de los tesoros más hermosos de la pureza humana. Comprendo y admiro a quien se entrega a la religión como estación final de ese proceso intelectual, pero sé que yo no alcanzaría la calma en ese lugar.

Visualizo la vida como un enorme lienzo confuso, desordenado, trazado por decisiones y emociones que se superponen y se mezclan. Quizás (probablemente) sea un caos, un errar constante, pero pertenece ineludiblemente al autor y eso lo hace hermoso y terrible simultáneamente. No podemos huir de la lucidez pero podemos elegir no ser esclavos de ella.

Escribió Dostoievsky que “el secreto de la existencia humana está no sólo en vivir, sino en saber para qué se vive”. Pero ese conocimiento no puede ser la conclusión de un complejo debate filosófico o teológico, porque creo que la función de la vida no puede definirse en un axioma, ni en el secreto que un buen Dios susurre al oído de los virtuosos. No, la función de la vida es la respuesta a la pregunta lúcida de quien se cuestiona cómo quiere gobernar su propia vida. Yo elijo evitar la mediocridad, la vulgaridad, pero también elijo perdonarme cuando caiga en ella. Quiero aprender, pues ampliar mi conocimiento me satisface; quiero leer y escribir, porque el que lee vive muchas vidas y el que escribe aumenta la conciencia de la propia; quiero ser honesto conmigo mismo y leal a mis amigos, pues así creo que se debe vivir. Y si al acabar mis días concluyo que nada de esto conseguí, que en todo fracasé, espero sentir al menos la satisfacción de que, a pesar de todo, lo intenté.

Gracias por leerme.

PD: Alejandra Pizarnik, como la también poetisa argentina Alfonsina Storni, decidió terminar con su vida. Quizás la lucidez fue demasiado intensa para ambas...“sabe dios qué angustia te acompañó, qué dolores viejos calló tu voz”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué maravilla que hayas vuelto a escribir. Y qué maravilla (¡y complicación!) de tema. Yo creo que el sentido de la vida está, un poco a medias, en trascender a tu propia muerte y en disfrutar del tiempo que vives. Y no siempre son cosas demasiado conciliables, pero mi sentido del pragmatismo me hace ver poco deseable una vida (y unas obras) extraordinariamente intensas y trascendentes si no están acompañadas, si no de felicidad, al menos de un sentimiento de alegría más o menos recurrente. Creo que al final de nuestra vida debemos admirar lo que hemos hecho y debemos sonreír por ello.

Y bueno, no quiero extenderme, pero me ha parecido sorprendente tu convencimiento de que somos nosotros mismos quiénes gobernamos nuestras vidas. No sé por qué, te esperaba un poco más determinista. Pero (y ya acabo) celebro que no sea así, y admiro mucho lo que tú dices elegir para tu vida.

Sigue escribiendo,


F.

Anónimo dijo...

Ayer fue un día de esos que cunden en lo ocioso. Uno de los motivos fue hablar contigo por teléfono y descubrir que habías vuelto a escribir, contrario a la fiebre del sueño americano que te ha invadido. Cada vez que hablo últimamente contigo me recuerdas a alguno de mis clientes de Hong kong que dividía el mundo entre países vagos y trabajadores. El segundo motivo fueron tres personajes que sucesivamente me despertaron mucha admiración dentro de su extraño equilibrio entre fracaso y éxito unido a su comparada con la mía avanzada edad. Solo te voy a hablar de la primera sorpresa de la tarde que apareció en un bar que se llama “El Bitxo”, save dios si tiene connotaciones sidosas o solo se refiere a las guindillas. El holandés dueño de este lugar desplegaba su sonrisa blanca, posiblemente atornillada, cada vez que nos sorprendía con una tapa exquisita que nos volvía locos de placer y curiosidad mientras entre todos intentábamos desvelar sus secretos culinarios. El con un brillo en los ojos que iluminaban más que las bombillas del local nos escuchaba hasta confesarnos sus alquimias. Honestamente durante más de un segundo y de dos me imagine en la trastienda donde hace todos estos majares en un arrebato de pasión desenfrenado cubierto de salmon marinado en cafe y gazpacho picante con menta. Este moreno, a base de playa, hacía más de 30 años que aterrizo en Madrid y unos cuantos menos que vivía en Barcelona, sin embargo su pasión se salía del local tanto que posiblemente todo fue tan excesivamente perfecto y placentero que esa misma pasión nos habría echado del local si le hubiésemos caído mal. Tal fue el orgullo con el que sacaba sus recetas que pese a ser un sitio de cierto lujo no nos cobro las tapas sino que se dio por servido con la compañía o quizás embelesado por mis menos blancos dientes el también se vería en la trastienda. Este fue el primero pero no el más memorable entre los tres personajes que pasaron por mi vida esa tarde. Estaban de vuelta del mundo deseando comérselo como una quinceañera que a diferencia de sus inconscientes amigos de patio ha estado enferma y en cama la mayor parte de su infancia haciendose preguntas como ¿por qué los demás niños juegan el patio y yo no puedo?

xoxoxoxoox Jose

Anónimo dijo...

¿Cuántos grandes de la historia debieron sentirse mediocres en vida?

La mediocridad, o la simple idea de pertenecer a ella, es el verdadero combustible que necesitan los que sienten mediocres sin serlo para seguir avanzando. Creo que nunca hay que perder la noción de cuán mediocres somos - y podemos ser- en la vida, pues el ego acecha a quienes la pierden.

Dicho esto, me voy al gimnasio a cultivas mis bíceps, que este sábado tengo que lucir músculos en Deseo54 :)

Anónimo dijo...

Muy chulo, mola que vuelvas a escribir... se te echaba de menos. :)

Carlos dijo...

Creo que éste ha sido un muy buen momento para retomar tu blog, un blog que siempre me negué a leer por lo espeso y existencialista de su contenido, lo que unido a su nombre me llevaba inevitablemete a pensar que todo formaba parte de una inteligentemente elegante y bien urdida pose para cazar incautas, lampiñas y temblorosas víctimas(yo, que era más joven de lo que aún soy, entre cubalibres y colchonetas de playa olvidadas en maleteros tenía en esa época una desbordante capacidad de conceptualización, análisis...e imaginación).

Con el paso del tiempo he descubierto a una personita que da pasitos y tropezones (literal y metafóricamente) en su paso por la vida. Como todos, en realidad, pero con la bendición, y a la vez, agravante, de ser muy perceptivo a las sensibilidades del mundo que nos rodea.

Así pues, y volviendo al inicio del post, creo que reencontrarte con esa persona reflexiva y sensible es una buena idea, y que no lo dejes perder; que compenses de nuevo las escapadas fáciles con ese juego de matar zombies con palos de billar o ese documental de la niña de la curva que grabó la cámara de un coche de policía de Texas, con la escritura, que siempre se te dio muy bien.

Anónimo dijo...

Me alegro mucho de que vuelvas a escribir ;)

ánimo y no dejes de hacerlo

(Escrito desde Vistabella)